15-. Salto de fe

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10:56 pm 4 de enero de 2013 

Valencia, Carabobo, Venezuela


Fran caminaba por delante de sus compañeros, asegurándose de que no hubiera ningún peligro próximo. Era el más ligero de los tres, y por lo tanto, el más veloz. Amartilló su AK-103 con firmeza y escrutó los alrededores con la mirada. Por fortuna, todo estaba despejado, así que le indicó a los demás que era seguro continuar.

Se encontraban en un hotel de varios pisos, o mejor dicho, su estacionamiento. Habían decidido ir por allí, debido a que la situación del país previa al virus hacía que solo unos pocos pudieran costear precios tan elevados. Eso, aunado al toque de queda, significaba que la cantidad de enemigos en las inmediaciones sería mucho menor que si tomaban alguna otra ruta. El lugar se encontraba a oscuras, y de no ser por la luz de las linternas, les sería imposible ver más allá de sus narices. 

De repente, Robert tropezó con algo, y al iluminarlo, notaron que se trataba del cadáver despedazado de lo que alguna vez fue un joven que no más de veinte años, caucásico, y de estatura mediana. La poca piel que quedaba sobre su rostro estaba hecha jirones, le faltaban ambos ojos, una mano y la mitad de la pelvis, incluyendo la pierna derecha. 

Eso era lo que tanto temían: esas cosas habían entrado al recinto. 

A causa de la oscuridad, Ricardo no pudo evitar tropezarse con uno de los autos allí aparcados; lo que activó su alarma, y en cuestión de segundos, aparecieron varios infectados. No obstante, fue uno en particular el que hizo que se les revolviera el estómago: la mitad de su cuerpo seguía dentro de un auto y la otra colgaba en la parte de afuera, las tripas se le escurrían a través de una herida en el abdomen, y gruñía con desespero al no ser capaz de alcanzarlos. Finalmente, cayó al suelo y empezó a arrastrarse hacia ellos, aunque un pisotón en el cráneo bastó para detenerlo en seco.

Más caminantes salieron de sus escondites, a la vez que los chicos corrían hacia la entrada del recinto, solo para darse cuenta de que las puertas estaban rodeadas por al menos dos docenas de zombis. 

Al verse en aquella encrucijada, no tuvieron más opción que recurrir a las balas que les quedaban para abrirse camino entre la multitud. Entrañas, sesos y sangre coagulada volaron por los aires; y luego de un par de minutos que parecieron eternos, lograron entrar al edificio que, por fortuna, estaba completamente vacío y sin señales de haber sido invadido.

Sin embargo, el horror estaba lejos de terminar. Más de esas cosas se hicieron presentes, y poco a poco, rodearon su única vía de escape.

—¡Rápido! ¡Ayúdenme a trancar la puerta! —ordenó Robert, y sin perder tiempo, los tres unieron fuerzas para armar una barricada con todo lo que tenían a su alcance. No duraría demasiado, pero al menos les permitiría ganar algo de tiempo.

Al terminar, Ricardo examinó la zona con su linterna y contó al menos una docena de balas en el suelo. Eso quería decir que, o se había producido un enfrentamiento entre vivos, o se habían colado algunos zombis. Aunque, si se trataba de lo primero y aún quedaba algún sobreviviente, brillaba por su ausencia.

Las ventanas del lugar habían sido selladas usando unos cuantos tablones de madera, las escaleras parecían despejadas, y una puerta blanca se erigía al fondo del pasillo. Esta despertó la curiosidad del grupo, y por mutuo acuerdo, Robert optó por quedarse montando guardia mientras que sus compañeros iban a investigar lo que había detrás de ella. 

Al abrirla, descubrieron una pequeña habitación oscura, que Ricardo se encargó de iluminar en seguida. Todo aparentaba estar en orden. Solo se veían unas cuantas sillas de plástico apiladas a un costado, un sofá de aspecto antiguo y una nevera portátil. De un pronto a otro, algo se movió en una de las esquinas. Fran apuntó con rapidez al mismo tiempo que su compañero posicionó la luz de su linterna sobre la misteriosa figura, y al comprobar que era un infectado, le disparó entre las cejas.

Código X 77Donde viven las historias. Descúbrelo ahora