16-. Bomba de tiempo

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12:46 pm 7 de enero de 2013 

San Antonio, Texas

Los siguientes dos días en el mar transcurrieron de forma tranquila —algo que todos le agradecimos al universo—, hasta que el 7 de enero al mediodía Itay divisó tierra y desembarcamos en el puerto de Houston, Texas. Justo como estaba planeado.

Bajamos lo que quedaba de las provisiones, y no habíamos recorrido más de dos calles, cuando encontramos una camioneta azul con las llaves en el conector. Luego de corroborar que todavía encendiera y le quedara algo de gasolina, JDM tomó el volante. Itay se acomodó en la cabina, donde también iban los bolsos llenos de víveres, y las chicas viajaban en el asiento trasero junto a Keeper. Victoria sostenía su AK-103 y Vanessa portaba mi Desert Eagle. En cuanto a mí, ocupé el asiento del copiloto y me encargué de cuidar ese flanco.

El plan marchaba mejor de lo esperado, al menos hasta que una multitud se hizo presente en medio de la carretera y comenzó a avanzar en nuestra dirección. Ya era demasiado tarde como para evitar que nos detectaran, así que le quité el seguro al rifle y José hizo una maniobra para bordearlos.

A medida que se acercaban, notamos que eran demasiado organizados como para tratarse de caminantes, y a pesar de nuestros esfuerzos por perderlos de vista, consiguieron rodearnos y obligarnos a frenar. La única forma posible de huir era atropellándolos, aunque considerando que nos superaban por muchísimo en número y que distinguimos unas cuantas armas de fuego en su haber, no llegaríamos demasiado lejos. 

Get out of the car —ordenó alguien en inglés, aunque el acento mexicano era evidente. Al ver que ninguno hizo caso, golpeó el capó con la palma de su mano y repitió la orden en español—. Que se bajen del carro, pendejos.

—Debe ser un malentendido —respondió JDM en castellano—. No era nuestra intención importunar a nadie.

—No lo voy a repetir de nuevo, cabrón —amenazó la misma voz de antes—. O hacen lo que les digo, o los llenamos de plomo.

—Está bien, será a tu manera —dejé el AK-103 en mi asiento y fui el primero en bajar de la camioneta con los brazos en alto. Los demás no tardaron en hacer lo mismo—. Solo queremos continuar nuestro viaje en paz.

—Pues no se va a poder —negó el sujeto, a la vez que los otros pandilleros nos apuntaban. La mayoría de ellos tenía el cuerpo completamente tatuado, y a juzgar por la manera tan natural en la que se organizaban, iban preparados para enfrentarse a cualquiera. Vivo o muerto.

Por otro lado, el hombre que parecía estar a cargo de todo era de baja estatura, musculoso y lleno de tatuajes muy mal cuidados —incluso me atrevería a decir que tenían toda la pinta de ser hechos en prisión—; vestía una camiseta al menos dos tallas más grandes que la suya, pantalones cortos y zapatos deportivos.

—¿Por qué no? —pregunté, tratando de no verme intimidado ante aquella multitud.

—No colaboramos con gringos —frunció el ceño—. Esos cabrones no quisieron ayudarnos ni a nosotros ni a nuestros paisanos.

—Eso no es problema —Itay dio un paso al frente y fue encañonado por al menos una docena de aquellos tipos, pero logró mantener la compostura—. Ninguno de nosotros es gringo.

—No mames, ¿eres mexicano? —el sujeto pareció reconocer su acento—. Déjenlos tranquilos, muchachos —le ordenó a la pandilla, y en un parpadeo, dejaron de encañonarnos—. ¿Cómo te llamas?

—Itay —se presentó nuestro amigo—. Ellos son Bastian, Victoria, Vanessa y JDM —nos señaló uno por uno respectivamente.

—José Sánchez —respondió el hombre—. Líder de los mexicanos que habitan esta zona.

Código X 77Where stories live. Discover now