P R E S E N T A

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Dentro de la gruesa oscuridad que controlaba cada espacio pequeño o grande en las profundidades de una cueva desconocida, había una figura quizás el doble de oscura

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Dentro de la gruesa oscuridad que controlaba cada espacio pequeño o grande en las profundidades de una cueva desconocida, había una figura quizás el doble de oscura. Sentada en una roca, con sus manos a la altura de su pecho, miraba sus dedos, moviéndolos en distintos ángulos para analizarlos con bastante detenimiento. El pulgar y el índice se acercaron hasta tocarse, y empezó a frotarlos con suavidad. Sus iris amarillos resaltaban por su alta brillantez, y los paseó de mirar sus uñas a mirar el espacio vacío frente a él. Expresaban poca esperanza, y era bueno, pues al menos la había. Dirigió sus falanges al frente y chasqueó... Absolutamente nada había sucedido. Cerró los ojos por unos momentos; su ceño se encontraba en condiciones normales, sin embargo, paulatinamente se vio cada vez más fruncido. Pasó las manos por el cabello negro y se levantó de su asiento. Sus pasos avisaron su desesperación en tanto dibujaban un círculo en el suelo rocoso. Los dientes levemente afilados hacían ruido cada que se encontraban los de arriba con los de abajo. Finalmente alcanzó una pared y posó su palma sobre ella, su cabeza agachada le daba la imagen de un alma en pena. Abrió poco los ojos cuando oyó unos pies ajenos a los suyos acercarse desde las lejanías, y un tenue naranja ahuyentando la negrura del lugar lo hizo sonreír con alegría. Giró para mirarla; a la chica de abrigo amarillo sorprendentemente cuidado, cabello castaño y de rostro delicado, posaba sus grandes ojos grises sobre los de él.

—¿Me acompañaría fuera de esta cueva, por favor? —pidió ella, inclinando un poco su antorcha improvisada para mirar aunque fuera un poco más al sujeto de enfrente.

—Lo que desees —accedió.

Ambas siluetas iban en el silencio con paso calmado por varios pasillos que parecerían sin sentido, pero que sólo ellos sabían sus secretos. La noche no tenía luz, por supuesto, pero ellos creían que su luminosidad era cien mil veces más grande que dentro del lugar que estaban abandonando. Cuando salieron por fin al aire invernal, y sintiendo los copos livianos rozar su piel, caminaron sólo un poco más y finalmente detuvieron sus pasos para encararse.

—Pido una disculpa por haberle suplicado salir de ahí, sabe que la oscuridad no es de mis cosas favoritas del todo —dijo ella, miraba sus pies aplastar la nieve del pasto.

—No pienses en ello, querida, no es una molestia para mí. Sólo te quiero aquí —contestó con una sonrisa conmovida—; comenzaba a creer que no volverías: tardaste demasiado.

—Evite creer eso, señor Black, no tendría por qué dejarlo solo —frunció sus labios al término de la declaración.

—Katherine —llamó Pitch Black recorriendo el cabello castaño con sus manos grises—. Gracias por estar conmigo.

—No es nada —sonrió ella, aceptando el gesto cariñoso—. Señor Black, su expresión de hace poco... —cambió de ánimo, gesticulando preocupación— Lo intentó de nuevo, ¿no es así?

Pitch escondió sus amarillentos pegando sus párpados. Retiró su mano y dio dos pasos en lejanía mostrándole la espalda a la joven Katherine.

—Ciertamente —díjole—. Sigo siendo obsoleto, querida. Mi poder se ha desvanecido por completo. No sé qué más hacer. ¿Acaso deberé quedarme en las sombras por la eternidad?

𝑱𝑭 𝒆𝒏 𝑭𝒓𝒐𝒛𝒆𝒏 𝑰𝑰Where stories live. Discover now