C O N T I N Ú A

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Tienen gran fortuna, estimados lectores, al sólo leer todo lo que sucede, fortuna que comparten con cualquier otro ser vivo presente en estos sucesos —que no pueden escuchar, tocar, ni enterarse de la presencia del espíritu invernal—; ya que, de lo contrario, buscarían cualquier manera posible y hasta imposible de taparse los oídos y evitar que los interminables gritos de Jack Frost les rompan dichas partes del cuerpo que permiten percibir cada sonido.

Me explico: sucede que nuestro querido espíritu del agua quiso demostrarle de la forma más sutil al de pelo blanco que su velocidad supera cualquier expectativa. Eso significó que desde el momento en que partieron, camino a Atohallan y el bosque mágico, el caballo comenzó a galopar con una rapidez exhuberante; JF no podía hacer más que palparse nervioso por caer, tratar de sostenerse por donde pudiera ignorando el hecho de que el caballo fuera de agua y le volvía todo resbaladizo, y, claro, expresar toda esa fatalidad con sus alaridos.
En realidad, no era por completo un juego de dignidad, el espíritu del agua lo hacía con una oculta intención: divertirse; notó que no importaba cuán pequeña fuera la acción que Jack realizaba, ni cuán divertida debería de ser, si era realizada por él, simplemente era demasiado graciosa para cualquiera. No cabía duda, seguro se debía por la magia que irradiaba su centro; sí, quizás había mencionado antes que él no le comunicaría cuál es su centro, no mentía, pero no por esto iba a abstenerse de aprovechar para reírse por un buen rato por la cara de Jack Frost.
La risa del espíritu del agua pretendía terminarse una vez que el camino lo hiciera también, pero se le ocurrió una manera de acabar el viaje con broche de oro.
Llegaron a la orilla del mar que daba a la entrada al bosque mágico —el cual al cruzar ya se podía divisar el Mar Muerto—, y tan pronto como estuvo por tocar tierra, el caballo se deshizo y disolvió su cuerpo en el agua bajo él. Dicha acción provocó que solo Jack siguiera su camino en el aire y con velocidad llegó a un árbol para chocarlo.
Algunas hojas de otoño cayeron sobre el peinado aún más alocado que de costumbre con el que contaba Jack.

—¡Es todo! ¡Estoy harto! —explotó el joven levantándose con rapidez— Hasta aquí llegaste, ¡voy a congelar tu bonita cara de Lizbeth Rodríguez!

Aún más carcajadas en forma de galope produjo el espíritu del agua —que había vuelto a formar su cuerpo—, tratando de no perder el equilibrio por tanta risa. JF se acercó caminando firmemente y presionando su cayado. El espíritu del aire llegó con apuro, y eso lo podemos saber pues el viento azotó con fuerza el ambiente y no pasaron dos segundos cuando el caballo cesó sus risas y serio giró alrededor de un acúmulo de hojas que flotaban a causa de la reciente ráfaga. El joven entendió que estaban conversando los dos espíritus elementales, él no podía oír qué decían, pero la entrada del viento le hizo creer que podía tratarse de algo serio. En un momento dado, el caballo volvió a desvanecerse en el líquido que componía su cuerpo, al mismo tiempo que el aire parecía alejarse moviendo algunos árboles en su camino.

—¡Esperen un momento! ¿Adónde van? —Jack comenzaba a ponerse nervioso— ¿Qué hacen?, ¿por qué me dejan?

Sus ojos azules observaron con apuro el mar por el que había llegado, quería ver al caballo que tanto le había irritado, pero no lo encontró. Luego quiso seguir al viento, que, gracias al Hombre de la Luna, había dejado su rastro con un camino de árboles pelones y sus hojas secas debajo de estos. Corrió como pudo, pues más solía volar, pero sin el viento no podía hacerlo. En el camino, tratando de apurar sus piernas tanto como le daban, JF deseó darle una explicación al por qué lo habían abandonado. ¿Acaso ya habría llegado el quinto espíritu y ya no necesitaban su ayuda? ¿O será que había sido tan solo una broma? ¿Y si fue sólo su imaginación queriéndole hacer creer que alguien lo necesitaba? Para nosotros estos pensamientos pueden parecer demasiado exagerados y depresivos especialmente para el relajado Jack Frost, pero es que Jack no estaba bien aún. Cien años después de su nacimiento y aún tenía ese amargo sabor en la garganta de lo que es no tener ni idea de qué hace ahí, vivo, y no hacía más de una década que había superado esos sentimientos en su diez por ciento y había decidido que lo mejor sería salir a divertirse —lo único que lo mantenía ligeramente vivo en alma—. Por ello mismo ya no sólo otorgaba el invierno en el mundo, ahora había decidido hacer días nevados, un invento cien por ciento suyo que consistía en aprovechar la nieve del ambiente para divertirse. No recordaba cómo, pero también aprendió a crear copos que al tocar el cuerpo de cualquier ser, lo hacía divertirse como nunca. Todo esto le dio algo que hacer, algo que le hiciera olvidar su desdicha —otra cosa que también lo hacía olvidar, era tratar de meterse a la guarida de Santa Claus; esperaba que después de sus tres intentos, el yetti no llamara a sus amigos para interponerse en su objetivo en sus próximos encuentros—.
El de cabello blanco dudaba aún qué era y qué no era, pero yo, siendo el que les cuenta la historia, puedo responderles: Sí, todo era real, los cuatro espíritus lo requerían. La razón por la que el espíritu del agua y el del viento desaparecieron fue porque cierto grupo había llegado al bosque encantado. Un grupo liderado por una reina de cabello platinado, traje azul, y poderes de hielo; seguida de una princesa de pelo naranja, su novio corpulento y rubio, y terminando con un muñeco de nieve mágico que poseía vida. Los elementales debían darles la bienvenida, y habían encontrado el momento perfecto al darse cuenta que los amigos se habían separado por accidente. Quizás comenzarían asustando al muñeco de nieve, no lo sé —¿o sí lo sé?—.

𝑱𝑭 𝒆𝒏 𝑭𝒓𝒐𝒛𝒆𝒏 𝑰𝑰Where stories live. Discover now