S I N O P S I S

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La soledad.

Acompleja. A veces deshumaniza.

Y algunas otras veces, la mayoría... fuerza a anhelar la compañía.

La corta historia que contaré, —porque es corta—, nos hará reaccionar y empatizar con los sentimientos de Jack Frost —JF—, presa indiscutible de la soledad antes mencionada; no hay por qué, ni para qué de la condición que el Hombre de la Luna le impuso en la vida/no vida. Jack se ahoga en el mar de pensamientos que le grita lo mismo: ¡Estás solo! Y eres inmortal... ¡Entonces estás solo, y para siempre!

Se sabe que un regalo espera llegar a él, uno que lo hará encontrarse, atrapar ese por qué que desde que recuerda estuvo persiguiendo y le hará saber que en su presente está acompañado, que en el futuro lo estará y que en el pasado también lo estuvo por menos que lo haya podido recordar; pero le llegará en sus trescientos años de vida, y el actual relato remonta a sus cien años, así que me limitaré a decir que esa es otra historia.

Volviendo a lo nuestro, y asimismo a lo que los atrajo aquí  —me refiero al título—, percibiremos, cual buen lector haría, cada sensación que provocará Elsa, reina de Arendelle, al colocarse, en absoluto a propósito, en el ángulo visible que forman los fríos ojos de Jack Frost. Elsa es afortunada en ese exacto momento, y a Jack le debería dar envidia, pues está a punto de ser nada menos que plenamente feliz. Pero creo que hay algo detrás de todo esto, ustedes deberían estar de acuerdo conmigo, porque curiosamente sus sentimientos no serán nada negativos, soy testigo de ello.

                            
  JF en Frozen II

𝑱𝑭 𝒆𝒏 𝑭𝒓𝒐𝒛𝒆𝒏 𝑰𝑰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora