5• Quien soy.

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El camino era diferente en aquellos días en los que parecía que nada podía salir mal. Hasta que un día la traición de la misma sangre supo demostrar que, en realidad, nunca nada había estado bien. Los colores del mundo cambiaron de un momento a otro frente a mis ojos y apenas si lo noté. Todo marchaba bien en un alrededor que parecía normal, sin terminar de creer cómo era la realidad. Tenía una venda en la cara que filtraba la luz artificial que me hacía creer que afuera todavía brillaba el sol. Cuando la verdad era que, ni había un sol, ni había un afuera. Ni había nada.

Hoy camino hacia adelante doblando en las esquinas de las calles que creo que podrían ser correctas. Pero uno nunca sabe. Ni siquiera conozco el camino, ni siquiera sé dónde estoy, dónde estuve y a dónde podría ir. Lo que unos llaman hogar, lo que una vez yo llamé hogar ya no existe. Sin embargo, han pasado años y nunca recibí esa señal, aquella que, ¿cómo había dicho él? Ah, sí, "Tú sabrás qué hacer, y sabrás el momento exacto." Nunca hallé ese momento. Y mi cuerpo quedó perdido, alejado de todo, partido en pedazos, repartiendo un poco de mí por todos lados, en lugares que nunca volveré a pisar. Hoy camino hacia adelante doblando en las esquinas de las calles que creo que podrían ser correctas, desvistiendo mi propia piel, destrozando mi propia esencia, porque una vez que te desarmas frente al mundo, ya no puedes volver a construirte. Y eso es lo que necesito aquí, arrojar y quemar cada pequeño centímetro que me cubre, enterrar quien alguna vez fui. Perderme para encontrarme. Perderme para olvidar mi nombre. Perderme para olvidar tu nombre. Perderme para vivir.

¿Quién eras antes de que te rompan el corazón?

Te fallé. No lo sé. Perdón.

—¿Irás de vacaciones a algún lado? —pregunta Oliver, con una sonrisa en el rostro, al tiempo que levanta dos tazas de café de la mesa.

Lo ignoro, porque no estoy precisamente en el estado de ánimo correcto como para entablar una conversación, y, de hecho, este niño es nuevo; su primer día de trabajo ha sido hace dos días, y desde entonces he tenido la mala suerte de que en todos los malditos turnos, coincidimos, obligándome, en más de una ocasión, a enseñarle nuestro modo de trabajo. Y tal vez yo estaría un poco más contenta si no tuviese que hablar con nadie aquí, pero hace poco más de un año tomé la decisión de dejar de viajar de aquí para allá, para poder conseguir un trabajo mejor y ahorrar con más facilidad. Por consecuencia, el tener que relacionarme se volvió una especie de formalidad desde que estoy aquí, sin embargo todo el mundo ya se acostumbró a que soy la persona menos agradable para formar una amistad, y cuanto menos me dirijan la palabra, mejor. Pero este muchacho con cara de golden retriever, músculos grandes y un cabello tan alborotado que siempre parece que se acaba de levantar, la única suerte que tiene bajo mi tutela es que aprende rápido, porque así tan rápido como aprende, tiene el mismo nivel de confianza, tentándome cada segundo a plantarle una piña en la cara.

—Nyx... —estira, gracioso.

Y pongo los ojos en blanco, porque odio que me llame así. Por dios, amigo, tenemos... ¿cuánto? ¿Poco más de dieciséis horas de habernos conocido? Ese ni siquiera es mi nombre.

—Ginevra —lo corrijo con rudeza, sin mirarlo, limpiando la mesa de al lado.

Él ríe, como si poco le importara.

—Pero ya sabes que-

—Sí, ya lo sé —lo interrumpo—, pero no me interesa, amigo, haz tu trabajo y punto.

Oliver eleva ambas cejas mostrándome su dentadura.

—Eres buena jefa.

—No soy tu jefa, soy tu compañera, pero no me gusta que me estén molestando. ¿Sí? Aprende a trabajar en silencio —concluyo la pequeña conversación retomando mi camino hacia la cocina.

Deuda Pendiente #3Where stories live. Discover now