Capítulo XVI:|No me olvides aunque este agonizando en tus brazos|

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—¿¡QUÉ MIERDA!? ¿¡CREES QUE ES DIVERTIDO!?—su voz, poco a poco se fue haciendo más pequeña, recordando la sangre entre sus piernas, el dolor de la parte baja de su espalda, el terror de sus nuevos amantes al verlo convertirse en una bestia sin corazón. No, su madre estaba loca y lo peor es que la entendía.

—Katsuki, eres mi hijo y entiendo que las cosas no han sido nada fáciles para ti pero tienes que dejar ir esa parte de tu vida o mejor aún, enfrentarla de la mejor manera—ella se acercó acariciando su espalda, el pequeño niño que jugaba con sus soldados mientras poseía una enorme cantidad de libros a su izquierda había crecido, ahora veía a un hombre débil que debía luchar y eso es lo que quería para él, siempre creyó que lo mejor era que él mismo se encargará de sus enemigos y para entender el peso del apellido de la familia debía hacerlo. Katsuki estaba llorando pero ya no era por dolor. Algo en él estaba despertando y debía hacerlo bien.

—¿Cuál es la mejor manera?—la pregunta se formó como una pequeña tormenta, Mitsuki le sonrió con suavidad y se alejó hasta ir por detrás de su hermoso escritorio, abrió un cajón que solo aceptaba su huella digital y de ahí sacó una llave. Katsuki la vio dirigirse hasta la puerta de la oficina—. Si quieres saberlo, sígueme pero te aseguro que las cosas no serán de color rosa. Es hora de que te vuelvas un verdadero Bakugō.

Katsuki tragó duro, las pesadillas y los recuerdos poco a poco afloraron en su piel. Ese mismo temor lo hizo ponerse de pie e ir tras los pasos de su madre que lo llevaron hasta el automóvil que ella usaba para motivos personales, una vez adentro Aizawa ya estaba ahí para encender el motor y con el sonido de la máquina Katsuki jugó con sus dedos. Poco a poco la ciudad se fue haciendo menos densa en concreto hasta que llegaron a lo que sería un barrio exclusivo de los más ricos del país, no fue muy difícil para Katsuki identificar para donde se dirigían. Iban a casa. Llegaron y poco a poco la noche se estaba presentando en el horizonte, Mina no estaba en casa, su padre se hallaba al otro lado del país en una junta de negocios y los trabajadores de la enorme mansión ya conocían el verdadero precio de su enorme remuneración mensual. Mitsuki con elegancia y ayuda de Aizawa se bajó del automóvil, los tres se adentraron y con los pasos contados llegaron a la oficina. El lugar seguía igual que cuando su abuelo había fallecido, las mismas placas de Harvard y Yale, su bar elegante y más detalles tallados en madera. Aizawa tomó entre sus manos un libro y de pronto un par de bibliotecas se abrieron de par en par. El pasillo llegaba hasta el fondo de algo que parecía más una cárcel llena de calabozos. Katsuki sabía que la mansión de su familia era vieja por las remodelaciones que duraron años cuando él era pequeño pero nunca imaginó que habrían pasadizos secretos.

—Este es uno de los tantos secretos que alberga la familia, estos pasadizos se usaron durante la ley seca para vender alcohol durante los años veinte. Sin embargo, cuando tu abuelo comenzó a entrar de lleno en este mundo tuvo que hacer unas cuantas remodelaciones apresuradas—Mitsuki hizo un gesto y Aizawa la siguió con la cara más taciturna nunca antes hecha. Katsuki tragó duro y la siguió por lo que parecía una cárcel. Se pararon frente a una celda poco iluminada y Katsuki apretó su mandíbula. Los reconocía, sin embargo, ya no había nada de ellos que fuera humano.

—¿Por qué los tienes aquí? Yo dormía allá arriba mientras estos idiotas estaban aquí... Bajo mis pies como ratas—Mitsuki lo ignoró y abrió la puerta que había sacado de su escritorio. El ruido metálico de la chapa los despertó, el más grande de ellos que tenía las manos encadenadas vio a Katsuki y rió.

—La zorrita rubia... Muéstrame ese culo jugoso—Mitsuki iba a golpearlo cuando Aizawa lo detuvo. Katsuki estaba temblando pero no era de temor, sus ojos rojos bordeaban la ira pura.

—¿Me recuerdas hijo de perra?—Katsuki se acercó y tomó entre sus manos el cabello del hombre, era el más grande, sin duda el más fuerte de los cuatro porque los otros tres parecían completamente ausentes. Ni siquiera querían levantar la mirada del suelo porque ya conocían el resultado de sus palabras. Ellos no sabían cuántos años habían estado en esas cuatros paredes o si sus familias los extrañaba, nada porque Mitsuki se encargó de todo eso—. Tu fuiste... Tu me dejaste así, con este dolor.

Cry Baby!Where stories live. Discover now