Capitulo 32

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Entraron, y _______ vio a Robert salir del ascensor. Estaba muy serio e iba acompañado de un hombre de unos treinta y cinco años que parecía no caerle demasiado bien. Oyó cómo Sebastian murmuraba entre dientes.

—Mierda.

Lo miró y vio que tenía la vista clavada en ese tipo.

El hombre era atractivo, rubio, iba muy bien vestido y daba la sensación de tenerlo todo pensado. Cuando vio a _______ y a Sebastian se dirigió hacia ellos con paso decidido, observándolos.

—Hombre, Sebastian, cuánto tiempo sin verte. —Le tendió la mano quien lo saludó sin ningún entusiasmo—. Veo que ha habido incorporaciones interesantes durante mi ausencia. —Y repasó descaradamente a ________—. ¿No vas a presentarnos?

Sebastian estuvo unos segundos callado, meditando sus alternativas. Finalmente, optó por la vía diplomática.

—Claro. _______, te presento a Clive Abbot, sobrino de Sam y miembro del consejo directivo de la revista. Clive, ella es _______ Evans, la nueva diseñadora del equipo de Robert. —«Y si te atreves a tocarla o sigues mirándola así, no respondo», pensó.

—Es un placer, Clive. —ella le tendió la mano, y tuvo un escalofrío cuando vio que el hombre se la levantaba y le daba un beso en los nudillos.

—Créeme, _______, el placer es todo mío —respondió guiñándole un ojo—. ¿Desde cuándo trabajas aquí? —No soltaba la mano de ella.

—Desde hace unos cuatro meses. —Seguía sin soltarla, y empezaba a ponerla nerviosa.

—Cuatro meses. —Dirigió su mirada a Sebastian—. Nunca habías sido tan lento. Debes de estar perdiendo estilo. —Levantó burlón el labio superior.

Antes de que Sebastian pudiera contestar o hacer algo peor, a juzgar por su mirada y el puño que mantenía apretado en el costado, ________ respondió:

—No creo que Sebastian haya perdido ningún estilo. En cualquier caso, perderlo siempre es mejor que no haberlo tenido nunca. —Se desprendió de la mano de Clive—. Me voy, Robert me está esperando. —Se dirigió entonces a Sebastian—. Si puedes, llámame. Adiós.

Él esperó a que _______ entrara en el ascensor para enfrentarse de nuevo a Clive.

— ¿Qué haces aquí? —Se metió las manos en los bolsillos; tenía que controlarse.

—Cuido de mis intereses. Como muy bien le has dicho a tu «amiguita», soy miembro del consejo directivo de "The Whiteboard". —Iba a seguir, pero lo interrumpió

—No hables de _______ en ese tono o haré lo que llevo años deseando hacer.

— ¿Qué? ¿Pegarme? —La postura chulesca de Clive no podía ser más exagerada.

—No. Eso lo dejo para tipos como tú. Me refiero a contarle la verdad a tu tío. Nunca entenderé los misterios de la genética; cómo podéis pertenecer a la misma familia alguien tan honrado como Sam y una serpiente tramposa como tú.

—Vamos, los dos sabemos que no se lo dirás nunca. A lo mejor a mí me echan, pero tú perderías mucho más. Recuerda que tengo ciertas fotos no muy dignas de tu «querido» papá.

Vio que Sebastian retrocedía como si hubiera recibido un golpe.

— ¿Qué haces aquí? —Repitió su pregunta. Sería mejor centrarse en Clive y dejar a su padre y a _______ fuera de la conversación.

—Los negocios que tenía en Nueva York ya han concluido. Además, he oído que os están «robando» artículos. —Chasqueó la lengua—. Sebastian, como he dicho, estás perdiendo facultades. En la universidad no te despegabas de tus apuntes ni de tus notas por nada del mundo. —Esperó a ver si él reaccionaba, pero éste se mostraba impasible—. Los números no son muy buenos. Si esto no se soluciona pronto, tal vez tengamos que cerrar. Por eso estoy aquí. Por nada del mundo me perdería ver cómo mi tío se queda sin la niña de sus ojos, y comprobar además cómo no eres más que un perdedor. —Empezó a andar hacia la puerta de salida.

— ¡Clive! —Sebastian lo llamó para que se volviera—. Yo que tú me lo tomaría con calma. Hasta la próxima. —Y se marchó a la reunión a la que ya llevaba diez minutos tarde.

La reunión fue relativamente bien, la revista empezaba a obtener beneficios, pero lo que había dicho Clive era cierto: si no mejoraban, el cierre era una amenaza real. Tanto Sam como Sebastian eran conscientes de que tenían que encontrar al responsable de los robos antes de que fuera demasiado tarde. Era evidente que alguien intentaba hundirlos y tenían que averiguar quién y por qué. No había tiempo que perder.

—Cuéntamelo. —Sam se quitó las gafas y sonrió. Estaban solos en su despacho y llevaba ya horas deseando interrogar a Sebastian.

—El qué. —Sebastian seguía mirando las fotografías de la edición de aquella semana y ni siquiera levantó la cabeza.

—No disimules. Hace meses que no te veía sonreír, y hoy tienes una cara de felicidad que dan ganas de sacudirte. Vamos, desembucha. —Estiró las piernas.

Él dejó las fotografías. Se había ruborizado de la cabeza a los pies. No tenía escapatoria.

—Tenías razón. —No pensaba decir nada más.

—Ya lo sé, siempre la tengo, es uno de los privilegios de ser mayor. Pero dime, ¿En qué tenía razón? —No iba a dejarlo escapar.

—En lo de _______... Es fantástica. —Le sudaba la espalda. Siempre había sido muy reservado en cuanto a sus relaciones, y tampoco quería poner a _______ en un compromiso delante de Sam

—Me alegro. —Se levantó y le colocó la mano en el hombro—. Siempre he pensado que estabas demasiado solo. A pesar de todas tus teorías al respecto, te mereces ser feliz, y creo que esa chica puede convencerte de ello.

—Gracias. —A Sebastian no le ocurrió qué otra cosa decir.

— ¿Vais a venir el sábado a casa?

—Sí, pero prométeme que controlarás a Silvia y a las niñas. Tú ya me has torturado bastante, no sé si podría sobrevivir a un interrogatorio de tus chicas.

—Lo intentaré. Vamos, a ver si acabamos de repasar esto. —Sam volvió a sentarse y retomó la lectura del artículo que tenía entre manos.

—Sam, al llegar me he encontrado con Clive. ¿Le has dicho lo del robo de los artículos?

—No, no ha hecho falta, ya lo sabía. Supongo que no es necesario que te diga que cree que eres el único responsable. Está convencido de que todo es culpa tuya.

—Ya me lo imagino, pero lo importante es lo que piensas tú. —Y enarcó una ceja a modo de pregunta.

—No digas tonterías. Ya sabes que confío en ti. Aunque desde luego estaré más tranquilo cuando hayamos encontrado al ladrón. ¿Has averiguado algo?

—No, hoy empezaré a repasar los datos que tengo sobre los periodistas más «sospechosos». Odio hacer esto. ¿Y tú, tienes algo?

—Tampoco. Pero creo que se me ha ocurrido una cosa. Cuando lo tenga más claro te lo contaré. ¿Tienes hambre? ¿Qué te parece si pedimos que nos suban algo de la cafetería?

—Me parece que es la primera buena idea que has tenido en todo el día, jefe.

Nadie Como Tú - Sebastian Stan y tú-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora