treinta y cinco

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–¿A dónde vamos?- Pregunte cuando empezó a caminar. Rápidamente lo seguí y él no giró para mirarme.

–A mi pueblo

Frené y luego de eso sí me miro.

Recordé que cuando nos conocimos me contó que no vivía en este pueblo sino en uno a ocho o nueve kilómetros de acá.

–¿Te da miedo?

–No- Aclaré rápidamente. –Es que... ¿vamos a ir caminando?

Realmente no sentía mis pies. No estaba acostumbrada a caminar tanto. Cuando tenía que hacer una distancia de más de veinte cuadras tomaba un taxi o un colectivo. Pero no, acá no había otro compañero más que las piernas.

El se rió.

–¿Estas loca? Vamos en moto- Dijo y no sé por que suspire, si le tenía pánico.

Caminamos un par de cuadras y me ubiqué: estábamos en la esquina de la casa de Alejo. El pueblo estaba oscuro y eso era una ventaja para los dos. Reconocí la moto de Tomás apoyada sobre una pared. Todavía no podía creer el grado de seguridad que había en las afueras de la ciudad, era increíble. El la tomó y sin muchas vueltas partimos.

El camino en moto era más feo aún en la ruta, así que pasé todo el viaje abrazada a su cintura, con mi cabeza sobre su espalda.

No sé muy bien donde estábamos ni que hacíamos pero el se manejaba con la naturalidad de siempre y yo solo me dejaba llevar por la adrenalina de viajar con él. Entro al pueblo en la primer salida de una rotonda sobre la ruta, y después de unos minutos paró la moto en la entrada de una casa.

–Pasa- Me dijo cuando abrió la puerta, sin llave, claro.

Entré con un poco de vergüenza y el cerró la puerta.

–No te hagas la vergonzosa que no hay nadie- Dijo divertido y yo lo miré extrañada.

–Mis viejos están de vacaciones

Wow, pequeño detalle.

–No pongas esa cara que no te voy a hacer nada...-Hizo una pausa y me miró. –Nada que vos no quieras, claro

Sonrió. Me mordí el labio mientras negaba con mi cabeza y él se metió en la casa.

– ¿Querés tomar algo?- Preguntó desde la cocina, supongo. No me dio tiempo de contestar cuando apareció con dos cervezas pequeñas en sus manos. Yo reí y rápidamente tomé una.

– ¿Qué hacemos acá?

El se encogió de brazos y tomó un sorbo.

–Quería que conozcas mi pueblo, y que estés un poco más tranquila

–Estoy tranquila, no me afectan como antes estas cosas, supongo- Dije y asistió. Se sentó en un sillón y me miró a los ojos.

– ¿Cómo está Nacho?- Preguntó en un tono diferente y yo le hice una mueca.

–No empieces- Respondí y me senté al lado de él. No tardó en pasar su brazo por detrás del respaldo solo para ponerse más cerca.

–Ya le dije que no hable más hasta que llegué a la ciudad

– ¿Por qué se pelearon?- Preguntó rápido. Lo noté intrigado.

No tuve más que hacer un gesto con mis manos.

–Entiendo- Dijo divertido y molesto al mismo tiempo.

–Bueno, ¿y cómo se supone que voy a volver?- Le pregunté mientras me paraba, intentando cambiar de tema.

– ¿Volver? ¿Volver a dónde?- Se hizo el desentendido y me puse nerviosa.

–No te vas a ir de acá- Comentó y tuve la necesidad de mirar para todos lados.

–Y... ¿qué vamos a hacer acá, solos?

Y sí, como respuesta no tuve más que su mirada prendida fuego.

cambios | c.r.oWhere stories live. Discover now