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El miedo me paralizó durante unos instantes, mi cerebro aún se encontraba un tanto adormecido y llegué a pensar que todo se trataba de una nueva pesadilla y que de hecho nada de esto estaba pasando fuera de mi cabeza. Intenté todas las técnicas que se me ocurrieron para despertarme solo para confirmar lo peor: La situación era real, y, por lo que sabía, mamá se hallaba sola enfrentándose a quien podría ser el hombre que nos había destrozado la vida mientras yo estaba ahí congelada junto a un montón de ropa.

Un grito me hizo volver en mí y reaccioné golpeando la puerta con todas mis fuerzas, pero algo más pesado estaba bloqueándola. Traté de calmar mi acelerada respiración y tomé una gran bocanada de aire a la vez que me impulsaba para cargar contra la fina madera esperando lograr romperla. La primera vez que hice contacto con ella sentí que las bisagras se aflojaban, la segunda escuché como una se rompía, la tercera... La tercera no sucedió nunca porque caí al suelo junto a los pies de mi madre, que se estaba descostillándo de la risa.

— ¿Se puede saber qué es tan gracioso? — El dolor del golpe y la confución me habían puesto de un humor horrible. — Escuché que... ¡Pensé que estabas en peligro! ¡Creí que yo también lo estaba!

— Lamento haberte asustado, hija. — Se disculpó tranquilizandose y retomando el tono serio que tenía la situación. — No hay nada de lo que preocuparse, nuestros "intrusos" no eran más que un par de chicos de tu edad con los cabellos teñidos y un par de cigarrillos que pensaban que el lugar estaba abandonado. — Apoyó una mano sobre mi hombro haciendome una pequeña caricia con el pulgar. — Estamos a salvo.

— Por ahora. — Murmuré clavándole la mirada.

Unos minutos más tarde se fue de la habitación prometiendo que al día siguiente me ayudaría a reajustar la puerta del armario y pidiéndome que duerma un poco. Le mentí diciendo que lo intentaría, cuando ni de casualidad pensaba en volver a cerrar los ojos después de todo lo ocurrido.

Cuando me sentí un poco más segura me levanté en busca de mi celular, el golpe le había destruído la pantalla, pero, de alguna forma, todavía funcionaba. Abrí YouTube e inmediatamente busqué uno de esos compilados de videos graciosos para distraerme. Eran las cuatro de la mañana, no esperaba que ni Yazmin ni Tom siguieran despiertos para conversar conmigo, pero sentía la necesidad de desahogarme. Así que abrí las notas del teléfono e hice algo que no había hecho en años: Empezar un diario.

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