Emma

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|Cada día es una pesadilla de la que me despierto cuando me duermo|

Por otra parte, Emma esa noche tampoco ha sido capaz de conciliar el sueño.

En las noches es normal que viejas pesadillas la invadan de terror y la paralicen. Sus viejos demonios aparecen en forma de horribles sensaciones que recorren su piel vívidamente, y no hacen sino recordarle que aún sigue siendo una niña pequeña y necesitada por aferrarse a un lugar que la haga sentir segura. 

Despierta sudorosa, con la respiración agitada, el cuerpo entumecido y con ganas de gritar de mera y cruda desesperación, ansiosa de escapar del yugo que hace nada la atormentaba. Pero se limita a morder con fuerza su mano para evitar esa última reacción hasta que sus nervios se relajan y resiente el dolor y el sabor a óxido en sus labios.

Emma entonces es consciente del presente y de la realidad. Se halla en casa, en su nuevo hogar y libre de esos malos sueños. Con temblores recorriendo su cuerpo entero, logra fijar la vista hacia las camas de al lado y comienza a permitirle a sus pulmones obtener más oxígeno cuando ve a los dos niños dormir tan tranquilamente a su lado. Es hasta entonces que suelta su mano y que permite a sus lágrimas silenciosas de siempre salir y deslizarse por todo su rostro.

Tiene el impulso de cubrir su boca para no dejar escapar ni un solo sollozo, siendo como ella es, le parece cruel dejarlos verla en tal deplorable estado. De ella sola depende el que esos niños crezcan y la tomen a ella como ejemplo de alguien que supera cualquier obstáculo con una sonrisa. Debe ser fuerte y valiente. Después de todo, ella les ha prometido darles una nueva vida, y para eso debe dejar de ser la niña miedosa y débil que ha dejado atrás, ahora es una mujer independiente y que no se intimida ante nada.

Una mueca torcida se dibuja en su rostro al reconocer muy en el fondo de su ser que eso no es sino un disfraz para su gigantesca mentira.

A penas atina a cubrir sus patéticas lágrimas con ambas manos, en vano intento por esconderse de algo que desconoce.

Los minutos pasan, y su cuerpo se siente un poco más ligero. Sin embargo, las cicatrices en su cuerpo duelen de una manera que no es meramente física. Se siente invadida hasta el rincón más oculto de su cuerpo y con una necesidad terrible por rasgar toda su piel para intentar detener aquella asquerosa sensación. Se siente diminuta e insignificante.

Ha sido una semana muy estresante para ella con todos los nuevos cambios en su rutina y la de su familia. Ha tenido que trabajar horas extras en el trabajo, ha tenido que ayudar a Phill con algunas tareas escolares de última hora y, la pequeña Carol ha comenzado a sentir dolor con el brote de su pequeña dentadura, lo cual ha complicado un poco el proceso de hacerla dormir. Resulta lógico que Emma terminara agotada luego de una semana tan agitada. Había creído ingenuamente que un poco de descanso era lo que su cuerpo necesitaba para recuperarse. Craso error.

Yuugo siempre le decía lo cándida que ella resultaba ser. Y lo maldice por siempre acertar.

Es entonces que se recuerda a sí misma cuál es el remedio que ha encontrado para situaciones como aquella. Desde que las pesadillas han tocado a su puerta, Emma lleva un pasatiempo que se ha conducido al punto del delirio: ella simplemente se queda la noche entera observando a la luna que flota en el cielo entre un vapor de plata, o a las estrellas que tiemblan a lo lejos como los cambiantes de las piedras preciosas y luego vacía en una hoja de papel lo que sus emociones le indican.

Se levanta procurando no hacer un solo sonido que delate su mal hábito de poético insomnio. Las ojeras que se remarcan bajo sus verdes orbes serán un problema de mañana para Emma, pero procura centrarse en su receta ahora mismo. Así que toma sus auriculares, su teléfono celular, unas hojas en blanco sueltas y su lápiz preferido. Se dirige a su balcón favorito en el pequeño ático de aquella vivienda, que en realidad no era sino un pequeño hueco entre el suelo y la ventana que da convenientemente al exterior.

Cuando se ha acomodado, procura quedarse absolutamente quieta. No mueve un solo músculo por miedo a perder la magia que observar al cielo estrellado le genera.

Aunque el frío de la noche comienza a congelar sus desnudos pies y se extiende por su espina, Emma siente paz de solo alzar la mirada y prenderse al manto nocturno. Es entonces que recuerda las incontables noches en las que observaba a las mismas estrellas en busca de olvidar al menos unos momentos las cadenas que la lastimaban; se visualizó a sí misma deseando convertirse en polvo de estrella y experimentar la verdadera libertad teniendo menos edad que Phill. Recuerda el juramento que se hizo a sí misma no mucho atrás, de arrebatar su libertad y la de sus pequeños niños aún a la fuerza.

La libertad tiene un previo elevado, le advirtió Yuugo. Emma estuvo dispuesta a pagar lo que fuera necesario.

Y de hecho lo hacía. Pagaba con creces.

Las lágrimas no habían pedido permiso esta vez. Por sí mismas se dibujan en su rostro, y Emma jamás cree ser capaz de llorar tanto. Se quedará seca un día de estos, está convencida.

Es entonces que toma sus auriculares y se deja llevar por la música. Se deja llevar por las sensaciones que esa noche le ha dejado. Y vacía sobre el papel todo aquello que la sobrecarga. Garabatea trazos rudos al principio, y se frustra cuando descubre que ha plasmado un sinsentido en la primera de sus hojas. Así que, en forma de liberar estrés toma la hoja con ambas manos hasta convertirla en una pequeña bola de papel, para luego lanzarla en alguna de las esquinas polvorientas del lugar.

Reanuda su nada profesional obra de arte, y esta vez, con trazos más suaves, dibuja lo que la música le inspira. Se siente más relajada cuando detalla el grafito de sus garabatos con sus propios dedos, así que poco le importa lo sucios que queden las yemas de sus dedos después. Para cuando termina de dibujar, Emma se siente con sueño, pero libre de la sensación de asco que sus pesadillas le generan.

La madrugada se va despidiendo con su frío particular, lo cual trae un escalofrío considerable al poco abrigado cuerpo de Emma. Los rayos de sol apenas se vislumbran a lo lejos.

La pelinaranja es consciente de que un nuevo día ha llegado, por lo que se dispone a comenzar su rutina diaria. Deja su dibujo junto al resto de artes nocturnos que guarda en un viejo archivo y prepara el café que le servirá de motor otro día más, junto a la fachada que como cada mañana, ha mostrado frente a los demás. 

|Cada día es una pesadilla de la que me despierto cuando me duermo|

Pervivencia [Noremma]Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang