Emma

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|Muerte, toma mi mano. Te estoy esperando. [...] Ya no quiero que me vean llorando. Estoy volando por las nubes, en un cielo tan alto, que quiero caer en tu fiel y dulce paraíso esperado.|


Su visión tarda en enfocarse luego de transcurridos varios segundos. Su frente no deja de sangrar, el corte y la hinchazón le provocan ardor y dolor. Le duele el hombro y se ha raspado la quijada, como los brazos y parte de las piernas con la caída. La presión en su cabeza se siente como un globo lleno de aire a punto de explotar en cualquier momento. Podría incluso jurar que su cerebro ha comenzado a salirse de sus oídos como en la escena de una mala película de zombies.

Apenas ha regresado de aquel oscuro mundo del que ingenuamente había creído escapar, y las lágrimas no han dejado de surcar su magullado rostro. Molesta y frustrada consigo misma, Emma no deja de restregarse rudamente las muñecas contra los lagrimones que salen sin cesar de sus ojos. Se ha sentado lo más derecha posible sobre el frío suelo en el que antes ha aterrizado. Y aunque lo lógico sería pedir ayuda, no quiere interrumpir el apacible sueño de Phil ni de Carol quienes duermen en la habitación del segundo nivel.

Como su cuerpo sigue sin responderle como desea, además de los involuntarios temblores que todavía lo invaden, Emma se muerde con tal fuerza los labios que siente el regusto del sabor a óxido que su sangre tiene en su lengua. Se golpea las piernas con ambos puños cerrados fuertemente. Una y otra y otra vez.

El dolor físico la hace espabilar un poco. 

Así es como lentamente cree que será capaz de regular su agitado ritmo cardíaco y su nada constante respiración. (Sin embargo las lágrimas siguen surgiendo y mezclándose con la sangre que enmarca sus facciones).

Se queda ahí por mucho tiempo. No sabe a certeza cuánto, pero calcula que un par de horas por el frío que ha comenzado a descender en el lugar. Y puede corroborarlo cuando ha logrado ponerse en pie y ver el reloj de la cocina al marcar las 2 de la mañana. Haciendo un repaso mental de sus actividades previas a su desvanecimiento, Norman y ella se habían despedido a eso de las 8 de la noche. Así que seguramente ha debido pasar unas 3 horas echada en el suelo, herida, y lamentando su debilidad en pura y cruda soledad.

Para su desafortunada sorpresa, por primera vez, se ha quedado verdaderamente seca de tanto llorar.

Hasta que ha agotado sus últimos recursos en lágrimas, Emma ha sido capaz de ser de vuelta a su realidad. O quizás no.

Si bien debería atender a un hospital por ayuda médica, Emma mueve mecánicamente su cuerpo hasta la ducha de aquella casa. Ni siquiera se ha molestado en quitarse la ropa manchada con su propio líquido vital. Ni siquiera se ha quitado las botas para cuando el agua la empapa por completo. Y es entonces que luego de la aparente calma que la segunda tormenta se arremolina furiosamente en su interior. Conducida por un odio y rencor inconmensurables, Emma comienza a arañarse, infringiendo más laceraciones a su ya dañado cuerpo. (Es decir, qué más da añadir un par de cicatrices más a su cuerpo).

Clava sus recortadas uñas a través de la tela cruelmente en la trémula piel de sus brazos, en su cara, en su cuello, en su estómago. Y no se ha dado cuenta. No se da cuenta porque cree que simplemente se está lavando. (Emma ha regresado a ser la Emma que alguna vez fue luego de su huida. Aquella que dejó morir a una de sus preciadas hermanas persiguiendo una libertad inexistente).

Así sigue ella hasta que las bajas temperaturas del agua y el ambiente entremezclados logran servirle de anestesia. Mágicamente, sus heridas han dejado de dolerle tanto. (Aunque en realidad su piel está tan fría como para ser capaz de identificar algún otro estímulo de dolor).

Pervivencia [Noremma]Where stories live. Discover now