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Cuando despierto, lo hago solo en la cama. Todo lo contrario de como me acosté. Escucho la ducha de fondo, por lo que doy por sentado que Roma se está duchando. Me levanto de la cama y me estirazo haciendo crujir todos mis huesos.

Anoche no sé exactamente cuando tiempo estuvimos besándonos sin hablar ni un poco. Puede que fueran horas o minutos, pero se me pasó el tiempo volando. Me sentía en una nube, de verdad. Nunca me había fijado de más en Roma, pero últimamente se me han ido los ojos más de lo que debería. Me atrae y podría decirse que me gusta un poco. Pero, sinceramente, no creo que esto vaya a ninguna parte.

La puerta del baño se abre mientras estoy sacando la ropa que me pondré después de ducharme. Roma, envuelta en una toalla que cubre lo justo su cuerpo, sale del baño y al verme me sonríe un poco.

—Iré a ducharme —digo cogiendo mis cosas.

Ella asiente con la cabeza. Voy hacia el baño y ella me sujeta por el codo.

—Cuando salgas, tengo que hablar contigo.

—Vale... ¿pero estás bien? —pregunto dándole un apretón en su hombro. Ella me sonríe levemente y asiente con la cabeza.

Entro en la ducha, sin poder evitar darle vueltas a la cabeza. Espero que por fin me diga la razón por la que se fue de casa. También espero que no haga como en las películas y me diga que lo de anoche fue un error. Acabo de ducharme en poco menos de diez minutos y una vez vestido, salgo del baño.

Roma está poniéndose los zapatos sentada en la cama y yo voy a guardar mis cosas en la bolsa de la ropa.

—Ven —pide Roma.

Me giro y veo como se sienta en la cama. Yo también me siento a su lado. Toma un par de respiraciones profundas para armarse de valor, supongo, pero lo único que consigue es lo contrario ya que se echa a llorar.

Mierda.

—Hey, hey —susurro atrayéndola a mí. Ella suelta un sollozo—. ¿Qué pasa, Roma?

—Estoy embarazada, Jordan —solloza.

Mis ojos se abren hasta casi salirse de sus cuencas y el corazón prácticamente me sube la garganta. Roma me mira con una expresión que no sabría bien como describir. ¿Miedo? A lo mejor.

—¿Cómo que embarazada?

Vaya pregunta más imbécil. Como yo.

—De trece semanas...

—¿Pero cómo...? ¿Por qué has...? Hostia, Roma —murmuro sin saber muy bien qué decir. Ella limpia sus lágrimas—. ¿Por qué te has ido de casa?

—Porque no quería darles más disgustos a mis padres. Joder, tengo dieciocho años, no quiero un hijo ahora. Ni siquiera me gustan los niños. Fui a una clínica para abortar, pero no pude. Me fui de allí cagando leches y ahora tengo este marrón encima.

—¿Qué piensas hacer, Roma? —pregunto poniendo mis manos en sus rodillas. Ella me mira y entonces me vienen a la cabeza todas las preguntas que me ha ido haciendo estos días—. Lo vas a dar en adopción.

—Es la mejor opción —musita—. Prefiero que crezca dentro de una familia feliz y estable, y no con una madre inexperta que odia los niños. Mírate a ti, Jordan. Fuiste adoptado por dos tíos maravillosos que te han dado todo lo que ha estado en sus manos... Has sido feliz y seguro que no lo hubieses sido tanto si no te hubiesen adoptado.

—He sido y soy feliz con mis padres —afirmo—, pero mírame ahora. Buscando a mi progenitora para saber por qué me dio en adopción.

—¿Sentiste que te abandonaron? —pregunta cautelosamente, posando sus manos en su vientre.

¿Juntos? {N #2} (PAUSADA TEMPORALMENTE) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora