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Después de habernos instalado en la casa de Christian, el tío de Roma, decidimos irnos a la playa ya que nos quedan unas cuantas horas aquí.

Christian es un tío de lo más bueno. Él vive aquí en Jacksonville si no me equivoco y viene cada dos por tres a Miami a ver a su familia pero siempre pasa por nuestra casa para vernos a nosotros también porque es muy amigo de mis padres. Cierto es que he venido una vez en esta casa, pero ni siquiera me acordaba de dónde estaba ni nada ya que tenía diez años cuando vine.

Mientras me pongo el bañador enfrente del espejo de la habitación que me ha dejado Roma, la cual es la que usa su hermano mayor, Abraham, intento recordar el porqué eché un bañador en la maleta. No es hasta que ya he cogido la toalla que me acuerdo de que lo había cogido como alternativa a un pijama.

Espero no ser el único que cuando está de vacaciones tiene lapsus mentales de estos.

—Venga, vamos —canturrea Roma cuando salgo de la habitación. Ella está ya abajo.

Bajo con mi toalla en la mano y veo que ella lleva puesto un bañador de cuerpo entero de color blanco con un escote algo pronunciado y su toalla colgada de un brazo. Mis ojos quieren irse hacia otro lado, pero me esfuerzo por no mirarla a ella sino a la puerta para irnos de aquí. Rápido a poder ser.

Roma desde bien pequeña ha sido una chica guapísima, al menos para mí. Tiene un pelo largo y ondulado de color castaño el cual te invita a enredar tus dedos por él siempre que lo miras; unos ojos grandes y claros que cambian de color de azul a verde según la luz; tiene unos labios un poco gruesos, aunque el de abajo un poco más que el superior; tiene un cuerpo curvilíneo en forma de reloj de arena que impide que apartes la mirada de él; y algo que siempre ha llamado mi atención son los lunares que tiene por todo el cuerpo, desde el cuello hasta los pies.

Siempre ha tenido atraído a los chicos, las cosas como son. Siempre los ha tenido detrás aunque ella no quisiera. Cuando empezó a salir con chicos, que fue a los quince cuando dejamos de ir juntos, empezó a ganarse fama de fresca. Corrió el rumor de que se había acostado con no sé cuántos chicos de cursos superiores y como ella nunca negó nada, se dio por sentado que fue así. Yo no sé qué pensar, la verdad es que no creo que haya hecho todo lo que decían.

Cuando llegamos a la playa vemos que hay poca gente. Pero cuando os hablo de poca gente, os hablo de cuatro o cinco familias, la cuales deben ser las propietarias de el resto de casas de este pequeño vecindario. Esta playa es bastante bonita, aunque no tiene ni un ápice de paradisíaca. La arena es bastante compacta, no suave y suelta, y el agua es muy clara. Dejamos nuestras toallas en la arena, muy cerca de la orilla.

—Ten cuidado que parece plano pero luego se hace ondo de golpe —me dice Roma mientras se hace una coleta alta en el pelo.

—Sí, de eso creo que me acuerdo.

Soy yo el que me meto primero en el agua para probarla. Fría de cojones. Camino poco a poco hasta el sitio donde se hace ondo de golpe y me meto de una en el agua. Me cago en todo. Qué frío, coño. El agua ha pasado de llegarme por casi las rodillas, a llegarme por el pecho.

No me da tiempo a mucho más, porque Roma se me lanza encima.

—¡Qué fría! —se queja agarrada a mi espalda. Yo giro un poco mi cabeza para mirarla.

—¿Tú qué sabrás si estás encima de mí? —pregunto divertido.

—El agua me está tocando las piernas —se defiende. Yo me río y la sujeto bien de las piernas para empezar a adentrarme más en el agua —. No, Jordan, no —se queja.

—Sí, Roma, sí.

Intenta zafarse pero yo la sujeto bien. Cuando el agua me llega por los hombros, la aguanto bien de las piernas y nos sumerjo a los dos.

¿Juntos? {N #2} (PAUSADA TEMPORALMENTE) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora