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Podría pasarme horas y horas mirando por la ventana, haga el tiempo que haga fuera. Siempre había algo que ver allí fuera, desde las dos únicas ancianas del barrio discutiendo por a ver quién hacía la mejor tarta de manzana, hasta perros manteniendo relaciones sexuales, no muy agradables a la vista, ciertamente. No sé de dónde me viene la costumbre estar horas delante de las ventanas observando el exterior. Según mis padres, cuando me adoptaron a los dos años ya tenía esa costumbre de estar embobado mirando fuera. Me he llevado una de broncas en clase por estar mirando por la ventana...

Desde bien pequeño, mi hora favorita para mirar por la ventana son las siete y media de la tarde. A esa hora pasa de todo: las luces de las farolas se encienden, mi padre Richard viene de casa de los vecinos, mi padre David viene del trabajo... Ciertamente es la hora a la que termino de hacer los deberes, por eso es mi hora favorita.

Hoy, al contrario que los otros días, no he venido a la ventana porque no tenga nada que hacer —que también es eso porque las clases han terminado—, sino porque he escuchado gritos. Unos conocidos, pues son de mi vecina de enfrente, hija de los mejores amigos de mis padres. Roma Hood.

Roma está enfrente de su casa con su novio de hace dos años o así, Connor. Están discutiendo a gritos, cosa no muy normal ya que siempre andan dándose asquerosos mimos por el instituto.

—¡Eres un pedazo de cabrón, desgraciado, inepto y un gilipollas!

—¡A mí no me insultes, fresca, que eres una fresca!

—¿Fresca yo? ¡¿Fresca yo?! Te voy a partir esa cara de imbécil con la que te han parido, a ver si así se te arregla —espeta Roma fuera de si.

Nunca la había visto así. Con los genes García tan latentes.

Bueno, solo cuando en su cumpleaños número 10 un niño se comió la chocolatina de su pastel en la que ponía "Felicidades".

—Eso, huye, cobarde. Eres un... ¡agh!

Veo como Connor se dirige a su deportivo negro mientras se quita la chaqueta del equipo de fútbol americano del instituto y va negando con la cabeza. Roma está roja y sé que es la cara que se le pone cuando se quiere echar a llorar. Poca gente la ha visto llorar en público. Le da vergüenza que la vean. Connor arranca el coche y me sorprendo cuando Roma se quita su deportiva y la lanza al coche, haciéndole una abolladura.

Que se joda, seguro que lo merece.

Recoge el zapato cuando el coche se ha ido a toda prisa y ella se queda en medio de la acera, cabizbaja. Abro la ventana y saco la cabeza por ella.

—Roma —la llamo. Ella me mira rápidamente—, ¿estás bien?

—Déjame en paz, Jordan, métete en tu puta casa. Cotilla —dice malhumorada.

Sin mucho más, camina hacia la puerta de su casa y se mete en ella.

No me sorprende mucho su reacción, sinceramente. Es maja normalmente, bastante, pero cuando se cabrea parece otra persona totalmente diferente.

Cierro la ventana y me encojo de hombros.

—¿Qué le pasa a Roma? —escucho preguntar a mi hermana, Julia, de dieciséis años, asomando la cabeza por la puerta de mi dormitorio.

—¿Y yo qué sé? ¿No sois amigas? Podrías preguntárselo —digo yendo hacia la puerta.

—Como la estabas espiando por la ventana, pensé que lo sabrías. Y no somos tan amigas como para que me cuente sus problemas sentimentales —rueda los ojos.

—No la estaba espiando —digo dándole un pequeño empujón fuera de mi habitación. Cierro mi puerta y voy hacia las escaleras.

—No, claro —ironiza.

¿Juntos? {N #2} (PAUSADA TEMPORALMENTE) ©Where stories live. Discover now