—Te escuché —dijo alguien detrás de Abdel. Solo entonces lo notó, una bruja que pasaba con una cesta de yerbas. El hombre enderezó la espalda, le pareció que hasta se puso pálido. En cambio, Ariel sí se giró a verla, y notó que la bruja sonreía con burla.

—¿Qué dice? —preguntó otra que andaba cerca. Y de pronto varias de ellas se giraron a ver lo que pasaba, sonreían, se burlaban. Quizá Abdel sí tenía razón y las brujas odiaban a los hombres. O al menos no les caían bien.

—Típico, que piensa que lo vamos a matar. Ya sabes, las brujas malas del bosque —se burló la de la cesta de yerbas, y las demás rieron fuerte. Abdel se mantuvo inmóvil, parecía hasta nervioso.

—No seas ridículo, nadie acá va a hacerte daño —le dijo otra. Y quizá porque ya no quería parecer tímido, o porque simplemente no pudo contenerse, Abdel habló.

—¿Y cómo puedo estar seguro de eso? —preguntó serio. Y solo entonces las risas se detuvieron.

—Bueno, lo admitimos —dijo la bruja de la cesta—. Si, Abdel. Te vamos a matar. Listo, ya lo dije.

—Pero primero te vamos a cortar el pito —amenazó otra. Y ahí hasta Ariel se quedó con la boca abierta. En su cabeza, Liss empezó a gritar de susto—. Obviamente tienes que estar vivo mientras te lo rebanamos, eso es para más placer —agregó, y de pronto todas empezaron a reír.

—¿Y luego qué hacemos con el pene? ¿Servirá en guiso? ¿O lo maceramos con algo de alcohol? —preguntó otra de las brujas. Para ese punto Abdel parecía a punto de colapsar. Y ella de solo imaginarlo, a nada de vomitar.

—Lo podemos mezclar con yerbas —dijo otra—. ¿Les apetece té de pene?— Todas lanzaron fuertes carcajadas, se andaban riendo de lo lindo, cosa que a Ariel se le hizo aterradora. Oh, por la Diosa, Abdel tuvo razón. Las brujas odiaban a los hombres y le iban a cortar el pene para comérselo o algo así. No quiso hacerlo, ya hasta se había jurado a sí misma que no volvería a pasar, pero recordó cuando vio a Francis. Y de solo imaginar gente tocando y comiendo esa cosa le dieron arcadas. Se llevó las manos a la boca tratando de contener el vómito.

—Oigan, ya basta. Miren lo que provocan.— La que apareció fue la bruja Azá, aquella que parecía la mano derecha de Ann. Se agachó a su lado para asegurarse que estuviera bien, y quizá solo por verla así las brujas dejaron de burlarse de Abdel.

—Ohh... pobrecita —dijo la bruja de la cesta, la que le dijo a Abdel que lo iban a matar—. ¿Necesitas algo, cielo?— Su voz sonó hasta preocupada, no la entendía. ¿Acaso no era mala?

—No pasa nada, tranquila —le dijo Azá—. Están bromeando, no les hagas caso. Acá nadie come pene...

—A veces si —interrumpió una bruja que estaba más allá. Y aunque las demás intentaron contenerse, al final terminaron riendo. Azá le devolvió una mirada llena de molestia—. ¿Qué? Hay que reproducirnos de vez en cuando. Hombre, tú tranquilo. Acá nadie tiene hambre, no te vamos a comer.— Más risas. Y al fin Ariel entendió que no se referían a comer literal, sino el otro comer. El que le explicó Abdel, eso del pollo a la brasa. Bueno, la cosa sexual que le explicó.

—Ay, gracias. Qué consideradas —respondió al fin Abdel. Nunca lo había visto tan cohibido, él no solía ser así. No le temía a Santhony, si le dijo de todo hasta cuando parecía que iba a matarlo. No le temía a Erena que podía controlarlo con ese dije. Y menos le temía a la realeza, hizo lo que le dio la gana en el palacio sin que nadie se dé cuenta. Pero ahí, en medio del bosque, les tuvo miedo a las brujas. Ariel había escuchado muy poco sobre las cosas terribles que se decían de ellas, pero tenían que ser en verdad cosas muy feas para que un hombre que parecía no temerle a nada se comporte así.

Maldita sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora