36.- Fuertes declaraciones

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Sé que hay algo en la estela de tu sonrisa

Tengo una idea por la mirada en tus ojos, sí

Has construido un amor,

Pero ese amor se desmorona

Tu pequeño pedazo de cielo se vuelve oscuro (*)

Tu pequeño pedazo de cielo se vuelve oscuro (*)

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No parecía ser un día diferente a los demás. El sol brillaba con más intensidad que otros días, pero era así todos los años. Eric sabía que, conforme se acercaba el Día de la creación, se empezaba a sentir algo diferente en el ambiente. No solo era algo que cualquiera podía percibir, era algo que incluso se podía demostrar. En esa época del año, según sus estudios de astronomía, el sol se posicionaba a mayor distancia de Xanardul y empezaba la época de seca. Y según los religiosos, ese era el día en que Luz eterna entró por primera vez al mundo y dio su energía al sol para que empezara a iluminar todo. La parte antigua del centro que aún conservaba las primeras construcciones de los tiempos de la fundación estaba diseñada para ese día. Por ciertos ángulos, ventanas y construcciones, a primera hora de la mañana, la luz del sol se filtraba formando una línea recta. Era un espectáculo digno de verse, y él no podía negar que le encantaba ese día.

Quizá por eso Eric andaba inusualmente animado aquella mañana. Le alegraba saber que en pocas horas tendría que presentarse a la vigilia para recibir la luz del templo, que luego al recorrer las calles vería aquel prodigio de ingería antigua, y que además la pasaría de lujo en una gran fiesta en el palacio real. Poco le importaba que el sol quemara más fuerte, que hubiera pocas nubes en el cielo, y que además se sintiera cierto viento helado procedente de las montañas. Era un buen día para cabalgar por el campo, y hasta la compañía le resultaba agradable. Porque desde que Carine tenía a la princesa Lissaendra había dejado de molestarlo. Ella acaparaba toda su atención.

Habían pasado varios días desde aquel incidente en el castillo de Carine, y otros más desde que la princesa regresó al palacio para evitar más problemas. Eric, al enterarse de todo ese drama, estuvo convencido de que las cosas solo empezarían a complicarse cada vez más. Pensó que una reconciliación entre Francis y Lissaendra era imposible, pero ellos no solo se habían amistado, sino que pareciera que se llevaban mejor que nunca. No lograba entenderlo, ¿acaso la princesa iba a pasar por alto que su príncipe quisiera a otra? ¿Iba a pretender que olvidaba lo que vio? No lo creía, y eso le parecía raro. Ni siquiera Francis parecía afectado, y él que pensó verlo decaído con la idea de alejarse de Linet y resignarse a Lissaendra. No habían tenido oportunidad de conversar bien, y ese era el momento ideal para hacerlo.

Habían salido los cuatro a pasear juntos por el campo. Él y Francis iban a caballo, la princesa y Carine en un carruaje. La duquesa amaba la equitación, pero podía sacrificar sus gustos con tal de pasar tiempo al lado de la princesa. A Lissaendra le encantaba el campo, la vegetación, las aves y la naturaleza, y como Francis quería complacerla se decidieron por dar ese paseo. De a ratos la princesa y Carine quedaban relegadas en el carruaje pues la joven quería apreciar el paisaje. El siervo de Lissaendra andaba cerca siempre atento para servirla, así que ellos no se preocupaban. Se adelantaban un poco haciendo competencia de velocidad entre ellos con los caballos, y cuando Francis notaba que la princesa estaba muy distraída escuchando las historias de Carine, tomaba distancia y la dejaba en paz. En esos momentos Eric tenía que aprovechar para averiguar la verdad.

Maldita sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora