3.- El templo de la diosa

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He estado buscándote

escuche un grito de mi alma.

Nunca había tenido un anhelo como este,

ahora que estás caminado a través de la puerta (*)

—Resiste un poco más —le dijo Linet al hombre que acababa de encontrar

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—Resiste un poco más —le dijo Linet al hombre que acababa de encontrar. Sus hermanas del templo ya se acercaban para ayudarla a socorrerlo. El hombre apenas abrió los ojos, se notaba que estaba muy débil.

Esa mañana despertó temprano y sintió deseos de ver el amanecer. Cuando salió hacia el mar no imaginó que vería a ese hombre, pero hubo otra cosa más extraña. Podría jurar que vio a una mujer con él, hasta logró ver sus cabellos rojos. O quizá solo le pareció, porque cuando al fin llegó donde el hombre no encontró a nadie con él.

Llegaron al fin a la orilla, una de sus hermanas trajo una manta. Estaba muy helado, quizá pasó la noche en el agua y la corriente llevó su cuerpo hasta ahí. Un naufragio, podría ser eso, la tormenta estuvo terrible esa noche.

—Hay que traer una camilla, no podremos cargarlo solas —le dijo a una de sus hermanas—. Yo me quedaré cuidándolo, está vivo pero va a necesitar mucho reposo. Rápido, tenemos que ponerlo a salvo.

—Si, Linet, ya vengo —dijo una de ellas. La sacerdotisa lo abrigó con la manta, estaba tan concentrada en su labor que no notó que el hombre la miraba fijo.

—Me salvaste... —Murmuró él.

—No, fue la corriente la que te trajo aquí, yo no hice nada.

—Tú me salvaste —insistió el hombre. Linet también lo miró, de pronto sintió que estaba enrojeciendo. 

Era un hombre agradable a la vista, más que eso, era en verdad guapo. Y la miraba de una forma que la estremecía, sentía que todo su cuerpo temblaba. El hombre aún estaba débil, pero fue capaz de llevar una mano a su mejilla y acariciarla despacio. El corazón de Linet empezó a latir con rapidez, había pasado mucho tiempo desde que no tenía a un hombre tan cerca, y menos uno como él.

—¿Cómo te llamas? —Le preguntó ella. No apartaba la mirada, incluso posó una mano sobre la de él.

—Francis —respondió despacio.

—Yo soy Linet.

—Linet... —Dijo con una sonrisa. Sin querer ella también sonrió. 

La sacerdotisa acomodó sus cabellos con suavidad, su corazón seguía latiendo acelerado. Sabía que debido a su condición de servidora de la Diosa no podía permitirse nada con ningún hombre, y a pesar de eso disfrutó de aquel momento. De la mirada pura de ese hombre, de la suavidad de su mano en su mejilla.

—¡Ya llega la camilla! —Gritó una de sus hermanas. Linet se hizo a un lado, tenían que llevarlo adentro donde lo atenderían. Aunque ella estaría más que gustosa de atenderlo personalmente.

Maldita sirenaWhere stories live. Discover now