12.- Princesas y príncipes

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Cuando veo a alguien menos afortunado que yo,

Y afrontémoslo,

¿quién no es menos afortunado que yo?

Mi tierno corazón se siente dañado (*)

Ni Luz eterna sabía lo que estaba pagando para tener que soportar eso

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Ni Luz eterna sabía lo que estaba pagando para tener que soportar eso. ¿Qué había hecho de malo? Despertó tranquilo, salió a caminar, entró por los pasillos del palacio real. Y de pronto Carine le salió al encuentro. Pensó que, como siempre, ella soltaría alguna de sus bromas y seguiría con su camino luego de hacerlo rabiar. Pero en esa ocasión Carine decidió agarrarlo de punto.

¿La excusa? Audiencia en la sala del trono. ¿Motivo? Arruinarle el día. ¿Razón? Ninguna. Así era su queridísima prima Carine Berbard. Francis se atrevía a decir que cada año estaba más insoportable, cosa que cualquiera en la corte podría corroborar. Y esa mañana se le ocurrió que deseaba que su adorado primo Francis le hiciera compañía, pues su prometido se encontraba indispuesto y no quería estar sola. O sea, como no había Eric que molestar, mejor que Francis sirviera para su entretenimiento.

—Y en serio, Fran, ¿ya te pusiste a pensar en la desgracia de vida que se te viene? —Comentó de pronto mientras caminaban.

—Carine, por favor... —Ojalá hubiera forma de mandarla a callar. Pero si ni su padre el rey podía con ella, ¿qué le hacía pensar que existía ser humano en el mundo capaz de controlar a la duquesa?

—No, cariño, pero es en serio. Se dicen cosas horribles de las mujeres en Abyssini. No digo que sean feas ni nada, sino que a las pobres las tienen sometidas horrible. Imagina, ni siquiera les enseñan a escribir. Qué horror, yo hace rato me tiraba por un puente o algo. Educadas para no decir ni una palabra sin autorización del marido, tu pobre madre debe estar pataleando de la rabia.

—En algo has acertado.

Sí, de hecho, a la reina Mirella no le agradaba para nada la idea de que su hijo se casara con una mujer que venía del otro lado del mar, peor aún, una mujer que por más princesa que fuera apenas tenía educación pues las leyes de Albyssini lo prohibían. Su madre que tanto había luchado por los derechos femeninos en esos años veía con rabia como iban a traer a una mujer que sería nada a su lado. 

Francis no sabía cómo tomarlo, ¿por qué su padre hacía algo así? Siempre supo que tendría un matrimonio acordado, eso era obvio. Pero supuso que después de años de que la gente aclamara más a la reina Mirella que al rey, decidió que quería darle protagonismo a su hijo al casarlo con una mujer sin iniciativa. Qué horrible sonaba eso.

—Bueno, mi cielo, está de más decir que no quieres casarte con esa princesa. ¿Es que acaso ya habías puesto tus ojitos lindos y hechiceros en otra dama? Anda, cuéntame —se burló ella.

Maldita sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora