11.- ¿Dónde está Ariel?

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Hace mucho te busque y ahí estabas

abrazarte de nuevo solo podría hacerme bien

como me gustaría poder hacerlo

pero estás tan lejos (*)


Erena llevaba varios días de soledad bajo el mar. Aunque salía a ver a Abdel, las cosas ya no eran lo mismo sin la presencia de Ariel. Era increíble como se había acostumbrado a ella, más que eso, como llegó a quererla tanto. 

Cuando vivió en Aquaea no tuvo muchas amigas, apenas conocidas a las que hablaba de vez en cuando para no sentirse tan sola. Y cuando la desterraron de la comunidad pensó que viviría largos años sin hablar con nadie allá abajo, sin sentir cariño. Las únicas miradas a las que se acostumbró por mucho tiempo fueron aquellas que le dedicaban llenas de odio y desprecio.

Hasta que un día esa pequeña sirenita apareció en su vida. Mirándola con curiosidad, con admiración, con cariño. Ariel se volvió parte de su vida, se acostumbró a verla llegar a escondidas, a escuchar sus historias por más tontas que fueran. Y cuando escaparon juntas se acostumbró a su compañía. No quería para ella ningún mal, lo único que le deseaba era una larga y plena vida, algo lleno de la libertad que ella no tenía. 

Por eso se enojó cuando de pronto se enamoró de esa sacerdotisa. Si se hubiera enamorado de una sirena no tendría importancia, pero lo que Ariel sentía no solo estaba prohibido. Era imposible. ¿Cómo no iba a saberlo ella? Un amor así era difícil, era duro, y dolía. Una fuerza tan bella y poderosa como el amor podía transformarse en sufrimiento y pesar cuando desafiabas las leyes de la naturaleza.

Y estaba sola una vez más. Pensaba en ella día y noche, sentía a veces la tentación de acercarse a Aquaea para saber cómo estaba, pero ya tenía una sentencia de muerte y prefería no arriesgarse. Aunque era probable que la Bruja del mar la rescatara una vez más, estaba harta de deberle favores a esa desgraciada, así que mientras menos puntos en contra tuviera, pues mucho mejor. Ojalá ella estuviera a salvo, que no la hayan unido al tritón aún, que encontrara la forma de escapar. No soportaba la idea de saber que la pobre sería infeliz el resto de su vida,   era poco lo que podía hacer por ella.

Las novedades llegaron una mañana después de sumergirse en el mar. Había pasado la noche en la isla al lado de Abdel, aunque le gustaba estar ahí, no podía dormir en la superficie. Prefería buscar un lugar seguro donde recostarse y olvidar todo al menos un rato. Nadaba sola y tranquila, cuando entonces vio la silueta de una sirena a lo lejos. La reconoció pronto, esos cabellos azules eran inconfundibles. Era Aurimar.

No supo bien cómo actuar, Erena se quedó quieta mientras la veía acercarse a ella. Aunque lo mejor era irse y no tener contacto con otra princesa de Aquaea que la pudiera meter en problemas, decidió esperar. Si alguien podía darle noticias de Ariel, esa era su hermana.

Después de Ariel, ella era la más decente y tratable de todas. O al menos no había amenazado con matarla, quizá era muy cobarde hasta para eso. Tampoco podía olvidar que cuando la echaron de la comunidad, Aurimar estuvo ahí. No dijo nada, le pareció que apoyó la decisión de su padre incluso. ¿Cómo pudo? Erena sabía que Aurimar huyó años antes, ¿cómo pudo actuar así? Ella debía entenderla, debía de comprender sus deseos de libertad. Pudo ser una aliada, pero Aurimar eligió despreciarla y nunca iba a olvidar eso.

Por más que la belleza de Aurimar fuera abrumadora. Que sus cabellos fueran los más perfectos de Aquaea y quizá del océano. Sus ojos los más bellos. Su boca la más tentadora... Y basta. Esa idiota no merecía ni que la deseara, por más hermosa y perfecta que fuera.

Maldita sirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora