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—¿Qué crees que les haya pasado? Fueron muchos gritos.

Ana no se había despegado del brazo de Richard, pero este, obstinado, le escupió todo el humo del cigarrillo en su cara y así la molestia se apartó, tosiendo.

—Si estás tan preocupada puedes subir a...

Alguien rodó un mueble.

Richard alargó el brazo para tocar a Ana. Efectivamente, la tenía cerca. No estaban solos, y no podían ver nada.

Ana tuvo ganas de llorar, lo que sea que hubiese rodado ese mueble podía estar yéndose por la cocina, esconderse debajo de su cama... o estar allí, justo delante de ella.

—¡AH!

Ana salió corriendo, se alejó por completo de la sala desde y se sumergió en el comedor sin saberlo, tropezó con la mesa central e hizo una orquesta de platos y cubiertos al caer y algunos partirse. Se golpeó muy fuerte la cabeza y quedó tan mareada que al abrir los ojos no comprendía lo que estaba pasando. En realidad, lo mismo daba si tenía los ojos cerrados o no: la oscuridad era la misma.

¿Dónde estaba? Sentía cristales debajo de su cuerpo arañándola mientras se removía. Estaba en el piso, eso estaba claro, y parecía tener una silla encima.

Escuchó los pasos antes de ver la luz que titilaba al otro lado de la cortina que separaba la sala del comedor. De repente comenzaba a recordar algo, pero, ¿no estaba el hijo del carnicero con ella?

Escuchó la madera de los escalones crujir a un ritmo precipitado, alguien los bajaba a toda marcha y otra estampida le seguía de cerca, pero a menos velocidad. Al primero que vio cruzar la cortina fue a él, no estaba fumando; de su mano buena colgaba un objetivo peculiar. Al principio Ana creyó que era ropa sucia ya que solo se distinguía la tela marrón arrugada en un bulto deforme, pero comprendió que se trataba de algo distinto, algo que personificaba sus pesadillas desde hacía años: peluche con el que su hermanastra mantenía escalofriantes conversaciones.

Ni con toda la ayuda divina del firmamento habría podido contener el grito que le escapaba de las entrañas y la obligaba a retorcerse en el suelo. Se arrastró, dejando que los vidrios se incrustaran en su piel, solo quería apartarse de ese muñeco diabólico.

Richard corrió, tiró el peluche a un mueble y se lanzó sobre ella con las rodillas a cada lado de su cuerpo y sus manos conteniéndola. Enseguida se unieron su hermana, Gus, su madre, nana madrina y el carnicero.

—¿Qué le pasó? —preguntó la madre empujando a muchacho para que no estuviese encima de su hija.

—Imagino que apenas está recobrando la consciencia y se asustó por el peluche.

—¿De qué consciencia me hablas? —Ana no sabía porqué estaba llorando—. Tú estabas conmigo y de repente...

—Escuchamos el mueble y...

—Y alguien me tocó, cierto.

—Nadie te tocó, te pisé sin querer y saliste corriendo.

Ana recordaba haber sentido algo en el pie, cierto. Se avergonzaba tanto por lo miedosa que podía llegar a ser que siguió llorando mientras preguntaba:

—¿Y luego qué pasó? ¿Por qué ya no estabas conmigo?

Lloraba cada vez con más fuerza.

—Hiciste un desastre y yo no veía nada. —Richard la vio como si no pudiera creer porqué se estaba disculpando—. Tuve que subir a buscar las velas y a los demás. Fui encendiendo fósforos por todo el camino sin recordar que era la única caja. Ya no quedan más, apenas alcanzó para encender una vela y con esa, la otra.

La escena todavía estaba confusa para ella, que seguía tirada en el piso, incluso se sintió tentada a preguntar de dónde habían sacado el peluche, si eso significaba que ya habían conseguido a Cenicienta. Pero no consiguió valor, le preocupaba mucho la respuesta.

Había una mano alrededor de la suya. La de Gris, su hermana.

—Mira que me he llevado el susto más hijoeputa de mi vida con el escándalo que hiciste aquí abajo, eh.

—Bueno, no es que nosotros hayamos estado muy cómodos con la forma en cómo ustedes gritaban y tumbaban la puerta.

Ambas se rieron, pero se notaba la tensión en ese simple gesto. Nadie podía ignorar que había algo siniestro pasando, ya sea que quisieran creerlo o no.

—Oye... —Esta vez habló Gus, parecía dirigirse al hijo del Carnicero—. ¿Por qué no mencionaste esto?

—¿De qué me hablas?

Richard respondió con brusquedad, no le gustaba ser regañado ni que se le juzagara de ninguna forma, así que no esperó a ser invitado para acercarse hasta donde estaba Gustavo. Enseguida todos comenzaron a repetir la misma pregunta y a unirse a los chicos para ver mejor desde ese ángulo.

La cara de espanto era unánime, Ana no cabía en sí de la conmoción. ¿Qué había en la parte baja de su cuerpo que tenía a todos tan aterrados? Su madre incluso se tuvo que alejar; no había dado tres pasos cuando cayó de rodillas y empezó a expulsar todo el contenido de su estómago emitiendo sonidos bestiales.

—¿Qué tengo?

—Ana... sangras...

Ahí se dio cuenta de un hecho del que era consciente solo dentro de sí misma. No se había levantado porque una de sus piernas estaba acalambrada, no respondió a las órdenes de su cerebro con normalidad. Acercó la otra a su hermana y sintió un charco espeso y caliente.

¿Era su sangre eso? Se preguntaba cuánta había perdido para que su pierna llegara a adormecerse de esa forma.

Trató de incorporarse, pero Gris corrió hasta ella y le tapó los ojos.

—No vas a ver, no quiero escándalos ahorita.

—Solo díganos una cosa, señorita... —La voz del carnicero, que era un hombre acostumbrado a ver toda clase de cortes en animales, se notaba nerviosa y estrangulada—¿Sabe quién le quitó el pulgar?

Matar a Cenicienta [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora