—No, no podía.

—Carice...

—Abuela está bien —lo corrigió ella, pero con una sonrisa—. Mi problemática con esta verdad es casi tan austera como complejo es lo que ha hecho Nazareth contigo.

Pestañeando, Charlie cayó en la cuenta de que le latía el corazón fuertemente. Inspiró y aspiró profundo, consciente de cada energía que se le adentraba en los pulmones.

—Dile que venga.

—Cariño, te ajustas demasiado rápido al papel de mandón.

—Dile que venga.

—Creo que... —estuvo a punto de decirle de nuevo.

Charlie puso la mirada en blanco y trató con Eco, que se había cruzado de brazos y lo miraba atento.

—Dile que venga. Sin excusas. Quiero verla.

—No puedes —espetó el hombre; no había engaño ni temblores en su voz. Charlie, sin importar la queja de Carice, se apoyó en los antebrazos y elevó la mirada; se percató de que iba desnudo del pecho—. Acabo de regresar de dejarla en la estación de tren.

Soltó una risa llena de incredulidad. Pero le bastó una mirada a cada uno para saber que era cierto. Nazareth se había ido.

—Patrañas —dijo.

—Charlie...

—Guarda silencio, ¿quieres? —pidió, exasperado. Frunció las cejas y clavó la mirada en Eco—. Y tú te tomaste la libertad de hacer eso porque...

—Pensé que, ya que no pudimos convencerla de quedarse, querrías que me asegurara de que llegara sana y salva a su tren.

De un manotazo, se arrancó las sábanas de las piernas y bajó los pies al suelo. Pisó en la alfombra, convencido de que algo debía de poder hacer para lograr que Nazareth regresara. Lleno de pesadumbre, se irguió. Le temblaron las piernas y en el pecho se le incrustó un ardor semejante al de una quemadura. Se llevó la mano allí, con la palma extendida.

A punto de atragantarse con su propia saliva, cerró los ojos para tomar aire.

—No debes levantarte aún —le dijo Carice en tono severo—. Divino no es sinónimo de magia. Lo que...

—Con un demonio —espetó; tal vez no era para tanto, pero se sentía como si lo fuera todo. Caminó un par de pasos hasta la mesa y comprobó que allí se encontraba su reloj de la mano. Lo miró. Iban a ser las doce de la noche—. Me importa un bledo lo que digas, tengo que...

Volvió a sentir el pinchazo, pero esta vez lo recorrió desde los pies hasta la cabeza. Eco ya estaba a su lado cuando quiso caerse al suelo. Le acercaron una silla. Quería morirse allí mismo; o no, quería ir y preguntarle por qué se iba en ese momento tan importante. No podían haberse conectado de forma tan aguda y honda y que hubiera sido para nada.

—Sí, sí, a mí también me parece muy romántico que quieras ir a perseguirla, pero Escocia no es como Londres. La estación queda muy lejos. Ella se fue a las diez... No la alcanzarás. Así que tienes tiempo de recuperarte, arreglar tus pendientes, que tienes muchos, y pensar en los motivos que tiene para aceptarte.

—Esto no es porque me acepte o no —repuso Charlie, con una mueca—. Solo quiero decirle que no debe sentirse culpable.

—Como si te fuera a escuchar —replicó Carice—. Mi tiempo aquí se termina. Emplea estas horas para que hagas las preguntas pertinentes. —Charlie la miró y ella alzó las cejas—. En qué consiste lo que hemos hecho, por qué no estás muerto, cuánto tiempo dura, se puede resarcir. Etcétera. Haz preguntas.

Sí, tenía curiosidad, y aquella novela necesitaba un material dramatizado y fidedigno, al menos en su fuero interno. Pendiente de sus latidos, dejó vagar la mente unos momentos y se perdió en uno en particular. Había soñado algo especial, algo que lo catapultó a una realidad alterna, donde él y Nazareth se acercaban gracias a la tesis de ella, y él aprovechaba para enamorarse como se enamora una persona solo una vez en la vida.

El sabor de su piel se paseaba por sus papilas gustativas; en las manos sentía la tesitura de sus curvas, de sus brazos, el calor que irradiaba.

—No puedo dejarla ir así...

—No puedes, pero es tu deber. Dunross se caerá a pedazos si no te quedas a arreglar lo tuyo. —La mirada de Carice, a cada minuto que transcurría, se volvía más desperrada—. Eres el último, Charlie.

—Tú sabes de estas cosas. Deberías entender.

—Porque sé de estas cosas, y he muerto por ellas, te digo que no es momento.

—Tómate un par de días... —Eco se mostraba más en favor de sus ansias.

Charlie sacudió la cabeza, recostándose en la silla.

Carice estaba allí para restaurar un legado, para cuidar de él y llevarlo a buen término. Quizás no hubiera tenido tiempo de explicarle algunas de las cosas más interesantes de su estadía en Dunross. Pero su vida había dado un vuelco gracias a su presencia. Estaba vivo, lleno de convicción respecto a lo que quería.

—¿Qué fue lo que me hicieron?

—Alex lo hizo.

Charlie arrugó las cejas, negando.

—Y él...

—Estará bien —sonrió Carice—. Ya no pertenecía aquí. Lo sabía. Lo que hizo hoy fue dejar las cosas como tendrían que haber sido. Deshizo el nudo entre Jane y tú... Básicamente te regaló vida. Un corazón nuevo.

—Qué consuelo para mí saberlo.

—Que Alex ya estaba muerto. Y no podíamos desperdiciar un alma tan preciada como la suya. Era eso o ir al infierno. Eligió bien.

Hubiera querido decir que le parecía un disparate, pero dados los recientes eventos, decirlo habría sido, más bien, el disparate. Regresó a la cama y aceptó los medicamentos que le ofrecieron. Al cabo de un rato, bajo un relato de Carice sobre lo ocurrido, el silencio fue su mejor amigo y la oscuridad un abrazo necesario.

No volvió a dormirse.

En cuanto se quedó solo volvió a su mesa de estudio, sacó papel y pluma, y comenzó a escribir una pequeña carta de unas cuantas líneas. Como si ella respondía o no, se sintió liberado al decirle que su estadía allí había marcado una diferencia, que le agradecía, que la entendía y que esperaba que pudieran hablar pronto. Le pidió a la chica que regresó a llevarle agua que le trajera también su ejemplar de Hombres Oscuros.

En la habitación se colaba al aire, a pesar de que el ventanal estaba sellado con una madeja de plástico, quizás improvisada por Eco.

Charlie ignoró el frío.

Hasta sentirlo era mejor que nada.

Empezó a leer otra vez ellibro que había redactado su padre, pero que Alex había hecho posible.

Hombres OscurosDove le storie prendono vita. Scoprilo ora