Ese cabello rubio.

Quiso correr hacia ella, abrazarla y pretender que era su mujer, su cuerpo lo anhelaba, pero sus piernas no se movieron y su cuerpo se quedó estático en su lugar como si supiera que ella no era la verdadera Dee como su cabeza quería hacerle creer.

Gimió en agonía, pensando que había sido un pequeño ruidito sordo, pero la mujer se dio la vuelta como si la hubiera escuchado. Ojos muertos, sin vida, la miraron fijamente, causándole un escalofrío. Y le recordaba tanto a Dee. Esa tristeza palpable, ese aura que la rodeaba y las marcas de los abusos eran todo lo que había tenido Dee cuando la había encontrado huyendo de su captor. Recordarlo la llenó de furia, así que bajó los ojos. Esa chica tal vez sufrió mas o quizá menos que Dee, pero estaba marcada e iba a necesitar mucha ayuda para devolverle la vida y la esperanza por ser alguien. Así como Dee. Era una flor marchita que renacía como un Ave Fénix de sus cenizas.

Volvió a mirarla, pero la joven mujer se acurrucó contra la pared y enterró su rostro en sus rodillas, como si lo único que quisiera fuera hacerse una bolita y salir rodando de allí, escapar.

Entonces, la puerta se desbloqueó y dos hombres uniformados con enormes armas posadas en sus manos ingresaron a la habitación. Cada par de ojos se posó en aquellos hombros, miedosos y expectantes. Nadie quería escuchar nada de ellos, porque sabían que no iba a ser nada bueno.

Bea vio como las miradas de los hombres recorrían la habitación lentamente, evaluando los rostros de cada mujer, hombre y niño, hasta que se posó en una pelirroja en la parte lateral del lugar. Estaba abrazada a su hijo.

―Tu. Levántate y ven.

El otro señor también señaló, esta vez a un joven.

―Rubio, levántate. Es hora de un baño.

Los dos se rieron ante la broma, pero nadie en la sala supo que hacer aparte de ver toda la escena.

La mujer que fue señalada primero no se levantó con la suficiente rapidez, por lo que el guardia, caminando rápido, se acercó a ella y la levantó de los pelos.

― ¡No, por favor! ―gritó ella, llorando. El grito resonó por toda la habitación, y si el hombre no tuviera un arma y estuviera dispuesto a disparar, Bea se habría acercado a ayudarla.

― ¡Te dije que te levantes! ¡Tus compradores no estarán todo el puto día esperándote!

―Jay. ―lo llamó el otro, sosteniendo al joven prisionero por el hombro, listo para irse. ― ¿Debemos agarrar a alguien más? Vendrá Tenkovik, ¿Crees que querrá a alguien... especial?

El tipo lo miró, pensando bien la respuesta. Entonces volvió a recorrer la habitación con la mirada.

―Le gustan los pelinegros. Elige uno. ―respondió Jay, sin importarle mientras llevaba a la mujer llorando hacia la puerta.

―Bien, tu. Niño. Levántate.

¿Ni...niño?

Bea se volteó a verlo. Estaba acurrucado de una manera que era casi imposible verlo, pero cuando un hombre entró y levantó con fuerza, el corazón de Bea se oprimió con fuerza. Brillantes ojos celestes destellaban con gruesas lagrimas contenidas, sus pasos tambaleantes mientras se habría paso con el guardia arrastrándolo hacia la salida. El joven lloraba con demasiada fuerza. No había ninguna madre que estuviera queriendo retenerlo, quizás porque no era su propio hijo. Pero Bea no podía dejar que esos pervertidos se llevaran a un niño de no mas de ocho años. ¿Por qué eran tan crueles?

Luchó contra el entumecimiento, contra el dolor y la agonía, contra las ganas de desmayarse y nunca volver a despertar, y se levantó con un grito que detuvo al guardia y al niño. No quería hacerlo, pero debía. Su cordura prendería de un hilo si se quedaba callada y dejaba que se lo llevaran para que sufriera las mismas cosas que Dee.

Protégeme {Tate Group Rescue #1} TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora