Capítulo Doce: Octavo Grado

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Quería dejar de pensar en lo que había dicho Kael. Pero no encontraba razones por las cuales él tuviera que mentirme, yo, soy tan estúpida.

Cuando me decía esas cosas trataba de tragar el bulto que yacía en mi garganta, no quería llorar mientras estaba aquí, en la casa de Kael pero era difícil.

Él me observaba, mientras yo tocaba los discos de vinilo que estaban en su habitación, su habitación había sobrepasado mis espectativas, aún recuerdo el día que íbamos a estudiar en su habitación y terminamos estudiando en la cocina y en la fiesta toda la casa era un completo desastre. Pero ahora mismo su habitación se veía mejor que la mía.

—¿I loves you, Porgy? ¿Es bueno? — pregunto al ver un disco en particular, su cobertura traía una rosa impresa  y una nota pegada.

Tú fuiste mi todo.

Las cuatro palabras escritas me dieron escalofríos y una sonrisa me ganó por los labios.

— Sí, muy bueno. Su historia es algo trágica y merecedora de un bestseller. — murmura acercándose a mí y tomando en sus manos el disco que en la parte de abajo decía Nina Simone.

—¿Por qué trágica? — le pregunto sonriendo.

— El padre de Adam se lo dio a mi madre, no sé mucho de ese matrimonio, pero hasta donde me he enterado fue un divorcio duro. Un día le pregunté a mi madre sobre el disco y me dijo que era un obsequio por parte del padre de Adam. El último obsequio que le había dado, conozco a Efrén, un buen hombre, un buen padre. Así que me quedé con el disco y aquí está. — responde elevando los hombros y acercándose al tocadiscos y posicionando el disco de vinilo en él.

Una tonada suave inundó la habitación, era tranquila y la letra me hacía sonreír.

—¿Lo escuchas muy seguido? — le pregunto sonriendo.

— Se podría decir que sí, creo que soy melómano. Se me hace referente a muchas cosas en la realidad, una mujer que quiere alejarse de alguien en la realidad pero sus sueños se tratan de estar con ese alguien, en fin. Me recuerda a ti.— ruedo los ojos.

— ¿Por qué a mí? — le pregunto bufando.

—Mmm, no lo sé— dice y empieza a tararear la canción, cuando se propone irritar, vaya que lo logra.

— Ya, por lo menos dime quién es Porgy. — da una vuelta y me sonríe.

—  Si quieres saberlo, baila conmigo. — propone y yo niego, bailar no era lo mío, al igual que cocinar.

— No. — niego y me alejo de él.

— ¡Vamos!, A Porgy le gusta que bailes, deja que sea tu Porgy en éste momento. —  su sonrisa era contagiosa, llena de malicia.

Rendida alzo mis manos en su dirección y él las toma de inmediato, se acerca a mí y me toma de la cintura. En eso del contacto físico con una figura masculina era pésima, terrible de hecho, las pocas veces que lo había tenido era incómodo y en este instante quise tomar una bolsa de papel y meter mi cabeza en ella.

Sabía cómo ponerme nerviosa y le divertía hacerlo.

— Está bien. ¿Pero quién es Porgy? — le pregunto, el hace un puchero.

— Es sobre una obra afroamericana, Porgy and Bess. Y ella canta sobre el amor que le tiene a Porgy. Ya sabes  las mujeres siempre cantando, hablando y soñando con el amor— bufa moviéndose de un lado a otro.

— No, mis sueños se tratan de todo, menos de amor. Es empalagoso si cantara, hablara y soñara con el amor. Ugh. — le aclaro.

— Claro, entonces no te gustan los chocolates, flores, citas y canciones románticas... — lo callo de inmediato.

La Realidad De Los Chicos Malos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora