Capítulo 11

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El sonido de la puerta aun retumba en sus oídos cuando Izuku inhala hondo, sintiendo todos los aromas que describen a Katsuki en el aire. Los muslos se le contraen, la espalda se le estremece en arco y un suave calor nace en su vientre bajo.

Exhala tembloroso.

Su ciclo siempre ha sido regular, por lo que sabe que este se encuentra cerca; sin embargo, nunca los días previos se ha sentido así. De hecho, han sido pocas ocasiones en las que ha sentido los síntomas "sexuales" del celo, ya que por lo general solo se limitan a náuseas y dolores de cabeza a causa de los supresores. Izuku asume, que eso se debe al hecho de ser predestinados y tener el aroma del alfa tan vivido en su nariz. Todo estaba sucediendo tal y como el padre de Hitoshi se lo había explicado antes.

– El celo se vuelve una situación bastante peligrosa cuando se trata de predestinados que no desean enlazarse. Las ansias de estar juntos se vuelven inmensurable y no hay supresor ni autocontrol que les contenga.

Ciertamente, era aquello último lo que más preocupaba. Si no había supresor que les tranquilizara, quedaban a total merced de sus instintos y quien más tenía por perder de los dos, seria él. Predestinados o no, Izuku no tenía intenciones de dejarse marcar. Aunque aquello se viera como un acto de amor y unidad hasta la muerte – y hasta cierto momento había compartido dicho concepto – ahora lo veía más como una forma de esclavizar a un omega para siempre al lado de un alfa.

La manera más básica de proclamar como propiedad a un ser humano.

E Izuku no pretendía encadenarse a ninguno. Mas no podía decir lo mismo de su cuerpo y es que si bien, sus pensamientos estaban claros, a la hora del celo su cuerpo era quien tomaba el control. Como en ese preciso instante que, sin siquiera desearlo, no puede evitar presionar sus muslos en busca de placer y olisquear los remanentes del neroli en el aire.

Traga hondo la saliva que amenaza por desbordar su boca.

Bufa molesto. Aun no se cree que ese no sea su celo, sino que solo el preambulo del mismo.

Inhala nuevamente, perdiendo de a pocos el control sobre sus actos, y el aroma le guía cual flautista de Hamelin, hacia un punto en concreto: Mizuki. Su hija ha sido cargada por Katsuki y toda su ropa tiene impregnadas las feromonas del alfa. Gruñe por lo bajo al verse queriendo hundirse en las ropas de la pequeña.

Izuku es consciente entonces, de que solo hay una manera de calmar los efectos que está sintiendo su cuerpo en ese instante. Las mejillas se le encienden ante la idea. Como omega, es totalmente normal bajar la calentura acariciándose, aun así, el pecoso se avergüenza de pensarlo. Se avergüenza incluso más, que admitir haber trabajado como sexoservidor.

Es lo mejor, se mentaliza de camino al baño, en donde una marea de hormonas alborotada e imágenes mentales de Katsuki le embargan de manera tortuosa. Izuku no solo termina rápido con el problema, sino que queda con el nudo en la garganta, enfadado con él mismo.

Con su género.

Con la vida.

A la mañana siguiente la marea no ha bajado, sino que, por el contrario, amenaza con empeorar. Apenas sale de casa, el aroma de cuanto alfa se cruza le sabe desagradable y sabe que sus feromonas están teniendo un efecto similar en ellos, cuando llega a la cafetería y Kouta arruga la nariz al momento de saludarle.

Siempre ha sabido que sus feromonas no son las más aromáticas. Los clientes que pagaban por él, solían decirle que, al liberar sus feromonas, el aroma menta creaba un efecto mentolado muy molesto. Asume que es esa la razón de que Yagi-san le envié a casa de regreso y ahí, vuelve a caer en la fragancia que despiden las ropas que su hija ha usado el día anterior.

Consecuencias [ Omegaverse ]Where stories live. Discover now