(18) Preguntαs, pάnıco ч gαtos con sobrepeso.

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— Parece que Kakashi no se encuentra del todo bien — habló el castaño, dejándome en plena conmoción, hasta tal punto de hacerme preguntar si realmente aquel gas me había dejado con secuelas irreversibles —. Y vosotros también, habéis estado aquí desde ayer, ya es tiempo de que descanséis un poco. Yo me haré cargo, no os preocupéis.

Bajé la mirada, examinando mis manos con absoluto cuidado, como si en cualquier momento alguna de ellas fuera a explotar, moviendo un par de dedos a voluntad, en un intento por convencerme a mi mismo de que no era real. No obstante, aquellos largos y estilizados dedos respondieron correctamente. 

Eso, por alguna razón, sólo logró asustarme más.

¡Y sí, de por sí ya era bastante extraño asustarse por algo como eso!

Tragué saliva, reconociendo el agradable tono blanquecino -y de igual manera- totalmente impropio de mi piel, y es que resultaba estúpido, propio de un un hombre al borde de la enajenación, pero no estaba equivocado al decir que aquella no era mi piel, esos no eran mis dedos, e irremediablemente; este no era mi cuerpo.

No lo era en absoluto.

— Por fin solos — oí su voz, o bueno, mi voz... como fuera, si me ponía a aclarar cada mínimo detalle, terminaría perdiendo la razón. Y es que la situación no sólo rozaba la locura, estaba al fondo de ella.

Intentar darle sentido a algo que carecía de ello, no era más que perder el tiempo.

— ¿Qué... qué fue? — aguardé un minuto, sin llegar a formular la pregunta. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, mil palabras deseando salir a la vez, incógnitas que terminaban cancelándose entre sí al primer indicio, dejándome como un idiota incapaz de hablar como la gente —. Hace rato, ¿cómo?

Kakashi -en mi cuerpo- me miró con pesar, como si supiera lo que venía a continuación.

— Sé que es difícil de comprender — apartó un par de cabellos de su rostro, se le notaba incómodo, como si en vez de pelo, se tratase de un enorme y peludo gato gruñón, el cuál a la mínima oportunidad, se encargaba de arañarle la cara —. Como dije antes, también me sorprendí.

Bufó, haciendo que uno de los mechones se elevara, volviendo a impactar contra su cara segundos después. Daba pena.

— Pero tiene una explicación, he estado pensando en ello, y creo que podemos arreglarlo — volvió a pelear contra mis cabellos, en un intento por conservar la poca credibilidad que le quedaba.

Negué con la cabeza, y es que así era imposible concentrarse, aún si el problema iba más a allá de lo cotidiano. Digo, me han pasado cosas raras en la vida, muy raras, pero despertarme en el cuerpo de otro, primera vez.

Já.

— Anda, ven aquí.

Me hice a un lado, dejándole espacio suficiente para que se sentara, sintiendo un leve temblor, aunque ni comparado con los terremotos de hace un rato. Eso sí que había sido el infierno, por suerte, el antídoto de la quinta comenzaba a surtir efecto.

Quería construirle un altar por ello.

— Dame una liga, deberías tener varias en la muñeca — apunté, enredando mis dedos entre su larga cabellera, agradeciendo que aquel día no estuviera especialmente rebelde. De lo contrario, habría sido un problema.

— Y ahora, retomando el tema... ¿qué demonios ocurrió? — pregunté algo más calmado, sorprendiéndome incluso de ello, dándole las gracias a la vida ninja, y es que si de algo servía, además de luchar, era que al pasar por tantas cosas, inevitablemente terminabas asimilando mejor las circunstancias, sin importar su gravedad.

¡Unα eѕρσѕα ραrα Kαкαѕнι!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora