El sentimiento de traición, de abandono, que tanto daño me había hecho y que ya casi creía tener enterrado, resurgió dentro de mí a borbotones, o más bien se dejó ver, porque nunca se había ido. Ella me miró en silencio; estaba claro que no esperaba ver esa parte de mí y algo parecido a la decepción se instalaba detrás de sus pupilas.

– Escucha, esto me cuesta mucho –confesó, pero sus palabras no me ablandaron–. Sé que quizá no he tomado las mejores decisiones...

Se interrumpió porque yo no pude evitar rodar los ojos. Me sentí como una adolescente estúpida y resentida, pero me molestaba que intentara suavizar sus palabras, suavizar la situación, porque nada podía suavizar el dolor que me había provocado.

– No hagas esto, Camila, por favor.

– ¿Que no haga qué? ¿Estoy haciendo yo algo?

Me dio un poco de miedo perder el control y echarme a llorar, porque ya empezaba a notar el ardor tras los párpados, pero no podía evitar estar cada vez más enfadada, y lo peor es que sabía que no era con ella, sino por ella, no por mí sino conmigo, por comportarme como una niña, por haberme permitido perder a Lauren, por estar evocando uno tras otro los mejores recuerdos que tenía con ella, como recordar una vida pasada a la que tú misma te cierras las puertas.

– De acuerdo –dijo ella finalmente, con la voz agotada–. No quieres hablar. Lo entiendo, estás en tu derecho.

– Sí, estoy en mi derecho –repliqué–, como tú estuviste en el tuyo cuando no quisiste hablar, y literalmente me echaste de tu casa. Me dejaste sola –solté las palabras entre dientes sin remedio–, y yo nunca te dejé sola a ti.

Los ojos de Lauren brillaban de puro acuosos, pude ver el inicio de una lágrima formándose sobre su párpado inferior, yo sin embargo fui capaz de retener las mías. Estaba furiosa, porque a pesar del dolor, a pesar de lo que yo sentía como una traición, a pesar de toda esa situación desagradable, tenía unas ganas inmensas de besarla, y eso me enfurecía.

– Lo siento –murmuró temblorosa con el poco volumen que fue capaz para poder mantenerse entera.

Me levanté, en parte porque no quería llorar delante de ella, en parte porque no soportaba verla así.

– Invita la casa –dije dejando mi vaso medio lleno antes de retirarme.

Cuando llegué a la barra me derrumbé. Me agaché fingiendo que buscaba algo debajo de esta, pero en realidad sólo necesitaba apartarme de la vista de todo el mundo, sentirme más cerca del suelo a ver si así desaparecía la sensación de que iba a caerme, cerrar los ojos con fuerza para disipar las lágrimas que empujaban mis párpados. Tras unos segundos, recordé las mesas que tenía que limpiar y salí de la barra con el trapo en la mano. Cuando volví a mirar la mesa de Lauren, estaba vacía. La puerta se cerró en ese preciso instante. Entonces sí que no lo pude evitar, y dejé que una lágrima me resbalara por la mejilla mientras me dirigía a la mesa. Mi vaso seguía medio lleno, el suyo directamente estaba entero; no lo había probado. Aun así, y a pesar de mis palabras, había dejado en la mesa un par de billetes que pagaban los gin tonics. Recogí el dinero y me llevé las bebidas.

***

Cuando acabé mi turno los ojos me escocían, quería evitar por todos los medios llorar al menos hasta que estuviese fuera; llevaba demasiado lápiz de ojos y, si no era capaz de controlarme, con toda seguridad mi cara sería un desastre. Me cambié de ropa en el aseo rápidamente, ni siquiera me miré en el espejo. No quería verme la cara y tampoco quería perder más tiempo allí dentro.

Lancé una despedida al aire de camino a la puerta y no hice demasiado caso a las respuestas; la salida se presentaba ante mí como la única meta, rodeada de un aura refulgente a pesar de la oscuridad de la noche, bombeando como si me esperase. Tenía un nudo en el pecho y me ardía la garganta, la escueta conversación con Lauren me había dejado más derruida de lo que esperaba. Sobre todo porque sabía que había sido más injusta con ella que ella conmigo, y porque empezaba a darme cuenta de que mi rencor retenido se volvía contra mí, de que estaba actuando como si quisiera alejarme a mí misma de ella con el único fin de hacerme daño. Había querido besarla. Más que cualquier otra cosa. La había tenido delante, los mismos ojos, la misma voz, había deseado volver atrás en el tiempo, estar en su casa, hacerle el desayuno y quemar las tostadas. Deseaba abrazarla y reírme de sus intentos de parecer una persona insensible que no necesita de cariño humano. La echaba de menos, en definitiva. Tenerla delante sólo había intensificado ese sentimiento. Y me había ido yo.

El arte en una mirada; CamrenTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang