XXXIX

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A partir de ese día soy incapaz de sentirme la  misma. Y, curiosamente, lo soy. Sigo siendo yo, pero una yo un poquito más ligera, un poquito menos consistente desde que sus labios me deshicieron del lastre de la confusión, del miedo. Desde ese momento en el que Lauren me permitió a través de un sencillo beso saborear el gusto del consentimiento, incluso de la aceptación, ya no me siento culpable del roce accidental de nuestras manos, ni de las veces que sus ojos descubren a los míos acariciando su silueta, ni del temblor de mi voz cuando me hace una pregunta directa. Ya no me siento culpable de mi admiración por ella, de mi adoración, de mi amor. Ya no temo temer quererla. Y, sin embargo, un nuevo temor va naciendo desapercibidamente en mí.

Éste se hace presente ante mis ojos cuando la veo entrar en clase. Parece distraída y diría que esquiva mi presencia si no fuera porque directamente reniega de que exista. Eso me confunde aunque comienzo a entenderlo.

Al final de la clase, me siento una idiota por pensar que Lauren no iba a arrepentirse de nada de la otra tarde y recojo mis cosas notando el peso de cada una de mis facciones.

– Eh, Mila –escucho la voz de Dinah mientras estoy terminando de cerrar la cremallera de mi mochila–. ¿Vienes esta noche?

Se me escapa una fugaz mirada hacia Lauren, quien está con la cabeza baja recogiendo su mesa, y miro de nuevo a Dinah con una expresión de disculpa.

– Hoy no puedo.

Dinah se va con Shawn tan sonriente como siempre y, en ese momento, puedo ver el indicio de una sonrisa en los labios de Lauren, una sonrisa limpia, pacífica, leve. Me acerco a ella y, antes de que pueda llegar, levanta la cabeza sin preocuparse por disimular su sonrisa, me mira y la ensancha aún más, como si realmente le alegrase verme. Teniendo en cuenta su actitud evasiva durante toda la clase esto me choca, pero no puedo decir que me moleste.

– Hola –me saluda con una expresión que me resulta demasiado tierna como para seguir dándole vueltas a su comportamiento.

– Hola.

Antes de darme cuenta estoy devolviéndole la sonrisa, una sonrisa limpia, pacífica, amplia, y algo capta el nuevo sonido de su voz que se queda vibrando en alguna parte de mi cuerpo. Relaja la sonrisa y me mira dubitativa. En un intento de enfrentar la sensación de que se dispone a romper lo que apenas ha crecido entre nosotras, decido sacar el tema antes de que lo haga ella.

– Respecto a lo del otro día... –empiezo, pero ella me interrumpe con una silenciosa negación de cabeza.

Junto los labios de nuevo y la miro con curiosidad mientras los últimos alumnos abandonan la clase. Entonces, ella me sonríe de nuevo.

– ¿Tienes algo que hacer? –me pregunta con una mirada intensa que interpreto como "sé que no tienes nada que hacer aunque hayas fingido que sí".

Niego con la cabeza sintiendo lo absurdo de mi gesto; como si no supiera que no antepondría ninguno de mis planes a ella.

– Quiero que me acompañes –afirma, y su voz ahora es más dura, sus ojos más serios– a la comisaría.

Me doy cuenta de que le tiembla el labio al hablar y la miro, al principio confusa, después sorprendida, después feliz. Y, en el fondo, orgullosa.

– ¿Entonces vas a...?

– Acabar con todo esto de una vez –termina mi frase.

Asiento con la cabeza dándole las fuerzas que necesitaba para devolverme la sonrisa con más seguridad y también ella asiente aunque creo que no es tan consciente de ello como yo.

– Cuando quieras –le digo mirándola fijamente a los ojos sin encontrar otra forma de transmitirle todo mi apoyo.

Lauren vuelve a afirmar con la cabeza, como si en cada uno de esos asentimientos pudiera creerse un poquito más lo que está a punto de hacer, pero puedo apreciar claramente el pánico detrás de su piel.

El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now