S i e t e .

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17 de febrero de 2019

Mi madre sollozaba en el asiento del coche, a mi lado. Hiperventilaba como si el aire le faltase, como si no pudiese respirar.

Todo lo que se oía era su llanto, a pesar de que era bajito, casi imperceptible.

Tragué saliva y fijé la vista en la calle a través de la ventana. El cielo estaba nublado pero no nevaba, ni llovía. Dejé salir un suspiro, no sabía hacer. El aire comenzaba a pesarme a mí también.

—Mamá —la llamé. Ella no se inmutó, siguió abrazando sus piernas con la cabeza enterrada en ellas, pero de alguna forma, sabía que estaba escuchándome —. Lo siento. —Mis labios formaron una fina línea. Trataba de cuidar mis palabras para no herirla demasiado —. Siento que sea mi culpa que estés así. Lo siento de veras —me sinceré —, pero no siento haber hecho que te echaran del trabajo. No podía quedarme de brazos cruzados viendo como lo pasabas mal por culpa del restaurante. No habría hecho que te echaran si pensara que necesitas el trabajo. No lo necesitas, mamá. No necesitamos ese dinero, y desde luego, no necesitas matarte a trabajar por él.

Ni una palabra, ni un gesto, ni un solo movimiento. Los sollozos no paraban y sentía mi corazón encogerse cada vez más.

—¿Por qué tienes que verlo todo siempre en negativo? —mordí mi labio, frustrada —. ¡Mamá, ese trabajo estaba hundiéndote! Y estaba cansada de ver como dejabas que te hundiese. No se trata solo de ti, ¿sabes? —exploté —. ¿Cuándo fue la última vez que pasamos un día juntas? O mejor, ¿cuándo fue la última vez que cenamos juntas? Mamá, estoy sola. Toda mi vida, solo te he tenido a ti. No conozco a mi familia. ¡Joder, ni siquiera sé si tengo familia! Tú eres todo lo que tengo, y si tú no estás... ¿qué me queda? —Mi voz comenzó a quebrarse y sentía mis ojos humedecerse —. Sé que lo que he hecho ha sido egoísta, pero por favor... Entiéndeme, aunque solo sea por una vez.

Ni siquiera levantó la cabeza para verme. Estaba sincerándome, estaba dejando salir todo lo que me había callado por meses, y ni siquiera pude obtener una reacción por su parte. Tragué saliva y abrí la puerta del coche.

—Llámame cuando llegues a casa. Tardaré un rato en volver.

Salí del coche con la garganta seca, parpadeando para alejar las lágrimas. Estaba frente al restaurante, donde mamá aparcaba todos los días. Una parte de mí estaba feliz de que ella no tuviese que volver a trabajar aquí nunca más, y la otra... La otra estaba odiando cada célula de mi cuerpo.

Me sentía horrible. La culpa estaba creando un nudo en mi estomago, y el sentimiento era asfixiante. Al mismo, tiempo, me sentía frustrada. Sentía la ira en todo mi cuerpo, y la impotencia de no poder hacer nada para parar todo me podía.

Con el puño apretado, me acerqué al edificio. Golpeé con todas mis fuerzas la pared, una y otra vez. Cuando acabé, mis nudillos se habían vuelto rojos y mis manos temblaban. Respiré hondo y apoyé mi espalda contra la misma pared que había golpeado. Entonces me deslicé hasta sentarme.

Apoyé también la cabeza en la pared y miré hacia arriba.

Me pregunté como era posible retener tantos sentimientos negativos y por qué era tan difícil lograr dejarlos ir. Era torturador. Exhaustivo.

Saqué mi móvil del bolsillo de mi abrigo junto a los auriculares que estaban enrollados a él. Me los puse y dejé que la música sustituyese mis pensamientos. No quería pensar en nada.

I could drag you from the ocean
I could pull you from the fire
When you're standing in the shadows
I could open up the sky

Cerré los ojos. Deseé quedarme dormida en ese instante.

Me costó volver a casa. Más que nada, porque no quería hacerlo. No quería encontrarme con la realidad de nuevo, con mi madre destrozada por mi culpa, sin la mínima intención de levantarse y luchar por seguir adelante.

Heather & Sean ✔️ | En librerías (abril 2024)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora