– Es pronto, si quieres podemos descansar un rato. Creo que a las dos nos hace falta –sugiere.

– Sí, está bien.

La sigo hasta su cuarto. Allí se deja caer sobre la cama como un peso muerto y yo me tumbo a su lado de cara al techo. No puedo quitarme de la mente las mismas imágenes. Mientras Lauren se mueve de un lado a otro buscando la postura, yo permanezco totalmente estática, hasta que finalmente decide acurrucarse de lado, mirándome. Siento unos dedos descansar sobre mi vientre tras una breve caricia.

– Oye –dice con voz suave–. Sabes que puedes contarme lo que sea...

El sonido del roce de las sábanas ha dejado de oírse para dar lugar a un silencio que ahora envuelve sus palabras, dotando a su voz de mayor profundidad, haciéndola sonar más rasgada al mismo tiempo que dulce, cálida, reconfortante. Asiento de forma casi imperceptible con la cabeza, las lágrimas amenazan con hacerse presentes pero rechazo su visita.

– No digo que tengas que hacerlo –sigue ella–. A veces es bueno compartir lo que nos atormenta, pero respeto tus tiempos, sólo quiero que sepas que voy a estar aquí.

La miro; tiene los ojos cerrados mientras habla. Su mano sigue sobre mis costillas, la envuelvo con la mía, me la acerco a los labios y la beso. No voy a llorar.

***
Despierto algo desorientada. Creí que no me quedaría dormida porque estuve despierta por una hora, mirando al techo, mirando a Lauren, que sí estaba dormida, mirando al techo otra vez. Pero parece ser que al final caí rendida.

Me gire hacia Lauren. Tiene la espalda apoyada en el cabecero de la cama, las piernas dobladas y un montón de papeles sobre los muslos en los que, con un bolígrafo rojo, hace anotaciones. Tengo la sensación de que hay menos luz.

– ¿Qué hora es? –pregunto sorprendiéndome de la ronquera de mi voz.

– Van a ser las ocho –responde ella sin desviar la atención de su labor–. No sabía que cuando me has preguntado si podías dormir aquí hablabas en sentido literal.

Sonrío porque estoy demasiado adormilada aún para reírme.

– ¿Qué haces? –pregunto con curiosidad.

– Corregir exámenes.

– Sabía que habías mentido a ese chico –digo riéndome mientras me desperezo (o desperezándome mientras me río) y quedado hecha un ovillo a su lado.

– Creo recordar que no soy la única que deja las cosas para el último momento –dice divertida.

– No sé de qué me hablas –digo haciéndome la inocente.

– Tampoco sabías de qué te hablaba cuando te preguntaba algo en clase.

Me finjo ofendida y ella alza las cejas en una expresión de omnisciencia. Sus dedos dibujan tachones y números a la velocidad de alguien que tiene más que práctica en el asunto, pero yo la observo a ella. La pequeña arruga de su frente en señal de concentración, los labios apretados, las pupilas recorriendo en horrizontal las respuestas de quién sabe qué alumno. Sus expresiones pasan por diferentes emociones, desde la confusión, la aprobación o la sorpresa, hasta la decepción, el enfado o la negación. Tiene un pequeño montón de papeles a un lado donde va dejando los exámenes corregidos. El cabello le cae por un lado mientras en el otro está recogido tras la oreja, y la falda se derrama suelta sobre las sábanas dejando entrever una sombra bajo sus piernas dobladas que abre las puertas a la imaginación.

Me levanto de la cama y voy al salón guiada por una voluntad repentina, busco entre mis cosas y regreso a la habitación con mi cuaderno. Me siento a los pies de la cama con las piernas cruzadas, casi en la esquina opuesta a la que se encuentra Lauren. Ella levanta la vista de los papeles dejando una frase sin concluir y me mira con curiosidad.

El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now