– Ya estamos –sentencia alegremente–. No sé qué ofrecerte, pensaba comprar cualquier cosa en cualquier sitio de comida rápida y comer en el coche.

– No suena muy saludable –me permito opinar.

Ella apoya mi idea con un asentimiento de cabeza y una sonrisa.

– No mucho, pero es mi costumbre.

– Puedo romper esa costumbre. ¿Me dejas invitarte a comer?

A Lauren se le escapa una risa.

– ¿Vas a venir con formalismos después de lo que ha pasado ahí dentro? –dice señalando el lugar donde se hallaba el autocar.

– Mas nada sería para mí mayor honor que convidarla a usted a un agradable almuerzo, madame –le sigo la corriente.

– ¿Madame? –repite ella enarcando una ceja y colocando los brazos en jarras.

– Disculpe, quería decir mademoiselle –corrijo con una leve reverencia.

– ¿Así que estás intentando tener una cita conmigo?

– Si quiere llamarlo así...

Lauren cuela el brazo por dentro del mío abrazándose a él y me conduce caminando. Ese pequeño gesto me inunda de ternura.

– ¿Y a qué sitio piensas llevarme para compensarme por ese madame?

Cuando hemos recorrido un par de metros deshace el agarre al darse cuenta de que estamos justo al lado del instituto, y continuamos caminando por separado.

– ¿Te gusta la comida china?

Me doy cuenta de que nunca se lo he preguntado y su respuesta puede ser decisiva. No considero de fiar a las personas a las que no les gusta la comida china.

– ¿A quién no? –responde ella.

– Conozco algunas personas. Sí, personas –ella exagera una expresión de incredulidad–. Y caminan por la calle como el resto, y hacen vida normal.

Lauren sacude la cabeza.

– No te creo, ¡no puedo creerte!

– Mi madre es una de ellas. Igual es por eso que nunca nos hemos entendido bien.

Lauren me sonríe y cruzamos una calle.

– Conozco un restaurante –digo.

– ¿Sólo uno?

– Quiero decir que tengo uno en mente al que podemos ir.

– Ahí está mi coche. ¿Sabrás guiarme?

Asiento con la cabeza mientras observo el vehículo. Si no me equivoco es un volvo (lo corroboro después al ver la placa) de color gris oscuro, se nota que tiene unos cuantos años. Lauren me indica que suba y obedezco ocupando el lugar del copiloto y lanzando mi mochila al asiento trasero mientras ella deja sus cosas en el maletero y rodea el coche. Cerramos las puertas a la vez sin planearlo y ella deja el bolso en su regazo mientras arranca el motor, después me pide que lo sostenga.

– Tú dirás –dice mirándome una vez colocada con las manos sobre el volante.

– Todo recto, hasta que salgas de este barrio, después te indico.

Ella sigue mis indicaciones y, tras unos momentos en silencio, me pregunta:

– ¿Es caro?

Yo la miro pero ella no ha apartado la mirada de la carretera.

– ¿Qué te importa? Te he dicho que te invito. Gira a la derecha.

Sus manos dirigen el volante a mis órdenes.

El arte en una mirada; CamrenWhere stories live. Discover now