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Era sábado por la mañana, le había llegado un mensaje de una compañera de curso que decía que debía ir al Instituto para hacer una tarea. Millie cerró su teléfono, y buscó sus botas entre sus zapatillas. Tomó una cazadora negra, y su gorro de lana preferido. Le avisó a su padre que saldría, no le diría que iría al Instituto, por las dudas. Salió de la casa, y hacía mucho frío, demasiado. Volvió a entrar, y tomó las llaves del auto de su padre.

Entró en el mismo, y prendió la calefacción. Iba a llamar a Sadie pero se quedó sin crédito, así que esperaría hasta encontrarla allí y arreglar para salir algún lado para que no sea un sábado muy domingo. 

Estacionó en el aparcamiento, y solo vio un auto pero, no lo reconoció.

Apagó el motor, se abrochó la cazadora, y salió con su morral colgando de su hombro. Abrió la puerta principal, y no se escuchó ningún sonido cerca. Agarró su teléfono para preguntarle a Sads dónde estaban pero, en ese momento, recibió un mensaje de la misma compañera. Emprendió su viaje hacia los vestidores de Educación Física.

Escuchó unas risas en los baños del mismo, y al ver salir a Sydney con sus amigas detrás, entendió que había caído en la broma que le tenían planeada. Ahora debía enfrentar lo peor.

Sydney cruzó sus brazos por sobre su pecho, y recargó todo el peso en una pierna.

—Nunca creí que fueras tan fácil de engañar. —Dijo mientras caminó hacia ella, y tiró su bolso hacia un lado. —Dame tu celular, quiero saber si le avisaste a tu amiguita. —Extendió su mano.

Millie tembló para dárselo. Tiró el teléfono encima del bolso de la chica con una sonrisa de superioridad. Sus dos amigas caminaron y se colocaron detrás de la castaña. La rubia se le acercó y le vio a los ojos con furia. Ella había pensando en salir huyendo de ahí pero, sería inútil. Provocaría más enojo en las tres, y eso no era bueno.  

(...)  

Millie tosía tirada en medio del piso, no podía moverse. Se arrastraba por el piso pero, no conseguía nada. Solo provocaba más tos, no respiraba muy bien, y tenía la pierna sangrando, Sydney había traído la navaja que no usó la anterior vez, y le había hecho un tajo. Salía sangre de su nariz, y de su labio superior. Se agarró de la pared para apoyar la espalda contra los azulejos; nunca nada le había costado tanto que aquello. No sentía sus piernas, ni sus brazos, prácticamente, parecía que su cuerpo no estaba ahí.

Las lágrimas empezaron a salir de sus ojos, estaba con su ropa interior, y una blusa cubriéndola. Tenía moretones en la cara, y en el cuello. No entendía, no podía entender como existía gente que te lastimara de tal manera. Estuvo a punto de morir, y ellas solo siguieron, siguieron, y siguieron. Tal vez estaba muerta, y no lo sabía. Escuchó pasos a lo lejos, y rezó que no entraran a este lugar. No quería tener que dar explicaciones, y que luego, Sydney se enterara y fuera por ella.

Millie nunca le hizo daño a nadie.

Siempre intentó ser buena con cualquier persona que se le acercara a hablarle, pero ella nunca recibió nada a cambio. No sabía por qué su vida era tan fea, era tan horrible. Podría llamar a Sadie pero, no tenía crédito. Debía arreglarse sola. Estiró su brazo, y con una mano sobre la barra donde suelen estar las toallas, se paró. Al estar completamente erguida, se tambaleó, y volvió a caer de rodillas. Ahogó un grito, y la barra cayó sobre ella, golpeándola. Las lágrimas seguían saliendo por sus ojos.

La puerta empezó a abrirse, y una cabeza apareció por detrás sosteniendo la misma. Era Noah, le miró a Millie con pena, y sintió odio por aquellas personas que le hicieron eso. Sabía que su novia era parte de esto, ella le llamó a él para que la llevara al colegio, y luego la fuera a buscar. No le dijo por qué, pero Noah luego, quiso averiguar, y se enteró en ese mismo momento.

Inmerse in the dark | NillieWhere stories live. Discover now