El destino de Alex era otro.

Lo había visto.

Había visto a Nazareth, cayendo por la Torre del Reloj. La había visto meciendo en los brazos a un bebé, mientras una mano masculina se acercaba a su rostro. Alex no reconoció la mano. Reconoció el anillo que brillaba en el dedo mayor del hombre. No le vio la cara, pero supo que era Charlie. Llevaba el anillo en su dedo ahora mismo.

Una parte de él deseaba que esos futuros se desvanecieran. Deseaba no habérselo contado nunca a Jane. Ella se había obsesionado con el tema. Quería mirar también. En un tiempo, cuando no veía nada, Alex había añorado ese futuro. Nazareth lo seguía a todos lados cuando estaba en casa. Su madre lo quería. Alex sentía mucho por ella. Pero era necesario.

Nazareth tenía que alejarse de los Mornay.

No quería que le pasase lo que a él.

Pero, al ver a Charlie, siempre se preguntaba cómo era posible que lo traicionara así. Alex se sentía un titiritero; Jane lo amaba, lo sabía. Mientras él, cuando estaba en Boston, jugaba a los hermanos con Nazareth. Ya no la miraba cada seis meses. Ahora lo hacía cada año, desde que había partido al internado. Pero Jane se había entregado a él y él la amaba con todas sus fuerzas. Hasta las más oscuras le pertenecían.

Mirar a Charlie era, en el fondo, desear a Nazareth.

De formas impensables.

Charlie no le había fallado nunca. Y a pesar de que vivían tan lejos el uno del otro, Alex era consciente de que había visto una posibilidad en sus vidas. Él lo tenía bien presente. Si le hacía caso a Jane, Nazareth jamás estaría en Dunross. Era como jugar a ser Dios. En esos momentos tan cruciales, Alex no sabía si confesarle sus sentimientos a Charlie.

Estoy celoso de tu futuro.

De quien está en tu futuro.

Al tiempo se preguntaba si se podía querer a dos personas, o aquella confusión era una simple jugarreta del destino. Ya le había envidiado otras cosas a Charlie antes. Puntuaciones, premios, resoluciones y ensayos. Cosa de nada. Lo adoraba. Pero en esos momentos él era ese hombre de comportamientos perfectos que no quería ver.

Alex debía decidirse.

Jane o Charlie.

—Tienes razón —dijo finalmente; el recuerdo de la visión flotaba en sus pensamientos. La mano, el anillo, el bebé y el pecho con el que se lo amamantaba—. Es Jane.

Tomó su decisión y se giró en los talones.

La puerta se cerró y el destino de todos en Dunross se selló completamente. Charlie le sonrió una última vez, antes de que Alex se marchara a buscar a Jane. La encontró en la Torre, mirando por la enorme ventana de punta. Llevaba puesto un bonito vestido de seda. Carísimo. Alex imaginaba que para seguirla vistiendo de ese modo tenía que crearse una reputación algo más ambiciosa.

O hacer un pacto con el diablo.

—Casi son las diez —murmuró, abrazándola por la espalda.

Jane estaba sentada en el alféizar. Se volvió a mirarlo.

—Quería mirar el brezo —le hizo una seña; ambos miraron al norte—. ¿Lo hueles?

Alex cerró los ojos, asió las manos del alféizar e inhaló profundo.

—Tu padre dice que el brezo es el olor de las banshees. Pero solo los que están...

—Cercanos a la muerte pueden olerlo, sí, me lo ha dicho. Pero aquí estoy.

Hombres OscurosHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin