– ¿En serio? –Ella asiente con la cabeza animándome a preguntar–. ¿Puedo ver tu sala de pintura?

Vuelve a asentir y yo me levanto del sofá con una sonrisa de oreja a oreja. Ella permanece sentada cuando yo me precipito al pasillo.

– Has tardado mucho en pedirlo, creí que entrarías mientras yo dormía –escucho su voz, pero el pomo de la puerta ya está entre mis dedos.

Al abrirla, el olor a pintura me golpea en la cara. Al principio veo tantas cosas juntas que no distingo nada pero, en un segundo intento, todo empieza a deslindarse ante mis ojos como un gran puzzle de piezas pequeñas. Así como en el resto de las habitaciones predomina la sencillez y lo minimalista, en ésta apenas se ve un trozo de pared bajo los cuadros, pinturas y láminas. Descubriéndome taladrada al suelo, doy un paso admirándolo todo a mi alrededor, y a éste le sigue otro paso, y voy caminando junto a las paredes, sin querer perder detalle. Las mesas están llenas de cosas amontonadas unas sobre otras y cientos de papeles, que me dedico a observar superficialmente. Ninguna de las pinturas que hay por las paredes es suya. Sin embargo, cuando empiezo a ver sus lienzos y sus hojas, las pupilas se me dilatan y el corazón se me encoge un poquito más a cada paso.

Nunca había visto una forma de pintar tan sutil y a la vez tan dura. Cada pincelada parece hecha a caricias. Casi todas las pinturas que voy descubriendo tienen un tema similar, algunas son detalles de otros cuadros pero la mayoría son oscuras y desgarradoras. Figuras atrapadas, difusas, de mirada perdida. Una belleza que me araña el alma.

En el centro de la sala hay un lienzo sin terminar. Lo rodeo, anonadada, para verlo y descubro en él a una mujer con los ojos vendados. No está asustada, simplemente inexpresiva. Siento curiosidad por saber qué significa. También hay pinturas de flores, animales, paisajes, que dan color a la angustia, y me pregunto cómo un ser mortal puede pintar de esa forma.

En medio de ese país de las maravillas, veo entre los papeles superpuestos la esquina de algo que hace que todos mis órganos den un salto y vuelvan a caer desordenados dentro de mi cuerpo. Me acerco y aparto los dos o tres papeles que hay encima para descubrir una lámina que me resulta más que familiar. Debajo de esa, otra, y al final me encuentro con las tres láminas inspiradas en ella que presenté en la exposición.

– No sé si verás algo, esa habitación es un desastr...

Lauren se interrumpe al llegar a la puerta y yo me giro, aún tratando de creerlo. Al verme, los ojos se le van solos a mis manos. La realidad cobra sentido a mi alrededor de repente.

– ¿Fuiste tú? –pregunto sin salir de mi asombro.

Algo en su expresión me confunde. Como si ella misma no acabara de entenderlo. O no se lo esperase.

– ¿Qué?

– Los compraste tú –aclaro.

Ella consigue componer una sonrisa.

– Sí. Me gustaron.

Recuerdo de pronto aquel día, nuestro encuentro de principio a fin. Recuerdo cómo fingí que no eran míos y también recuerdo su mirada que no logré entender. Y ahora lo entiendo; nunca me creyó. Sólo me seguía la corriente. Y sigue haciéndolo, y me siento ridícula. Dejo caer las láminas en la mesa de nuevo evitando su mirada mientras ella, a cambio, me observa. A pesar de todo, sé que no esperaba que yo lo descubriese; lo he notado en su reacción.

– ¿No pensabas decírmelo? –pregunto sin mirarla, algo ofendida porque me haya dejado hacer el ridículo todo ese tiempo.

– ¿Por qué debería? Tú no querías que supiera que eran tuyos –contesta, y comprendo que soy la que menos derecho tiene a molestarse.

Le doy la espalda en silencio, sonrojada, y coloco los papeles encuadrando sus esquinas, como un movimiento automático para ocupar mis manos nerviosas. Oigo a Lauren acercarse por detrás y siento una mano posarse en mi brazo, la otra sobre mi cintura. Mi mente se queda en blanco de golpe olvidando cualquier sentimiento de frustración.

– No tienes que avergonzarte –dice con voz aterciopelada–. Entendí que estabas más cómoda si yo no lo sabía y respeté tu decisión. –Ante mi silencio me frota cariñosamente el brazo, aunque yo sólo puedo pensar en su mano sobre mi cintura–. ¿Qué te daba miedo? ¿Lo que yo pudiese pensar? –Yo me encojo de hombros y me giro para mirarla. Ella retira las manos de mi cuerpo y me arrepiento de haberme movido–. ¿Qué creías que iba a pensar? El arte está en todas partes, la cosa más insignificante puede inspirarnos, y eso no tiene por qué significar nada. Sólo puedo sentirme halagada de servirte de inspiración.

La miro sin saber qué decir. ¿Por qué hace esto? Sin embargo, me sonríe y le devuelvo la sonrisa como un espejo. Un espejo estúpido.

– ¿Qué te parece? –pregunta entonces echando un vistazo a su alrededor como si fuera la primera vez que lo ve.

– Es maravilloso, Lauren –contesto y la sinceridad puede palparse en mi voz–. Ojalá algún día pueda llegar a pintar como tú.

Ella se gira para mirarme.

– Nunca me habían dicho eso –confiesa.

– Seguro que lo han pensado –afirmo con certeza.

Ella sonríe algo ruborizada.

– La verdad es que tampoco enseño demasiado –explica.

– Entonces me siento realmente afortunada.

El arte en una mirada; CamrenOnde histórias criam vida. Descubra agora