Mientras estoy cortándola advierto por el rabillo del ojo que sigue apoyada en el mismo sitio y a mis oídos llega su dulce voz acompañando la de Nina. Es apenas perceptible pero aguzo el oído y consigo escucharla. Nunca la había oído cantar y, una vez más, me pregunto si hay algo que no sepa hacer.

... Ain't got no god, ain't got no love, then what have I got, why am I alive anyway?

Me quedaría toda la vida escuchándola canturrear así.

Noto el picor de la cebolla ascender hasta mis ojos y me froto con el dorso de la mano.

– Siempre supe que eras más sensible de lo que aparentabas –dice de repente y en un instante paso de no entender nada a comprender que me está tomando el pelo.

– No lloro por la canción, sino por la cebolla –replico burlona.

– Pues no todo el mundo es capaz de sentir tanta emoción por una cebolla –contesta con una falsa mueca conmovedora.

– Cállate –digo entre risas dejando de frotarme los ojos y retomando mi trabajo.

Unos segundos después advierto que no ha vuelto a cantar en voz baja y siento la necesidad de mirarla para saber qué está haciendo entonces. No puedo evitar lanzarle una rápida mirada curiosa y la descubro simplemente ahí parada, mirándome, con lo que queda de una sonrisa que aún no se ha desvanecido. Algo me da un salto dentro del pecho al encontrarme con sus ojos centrados en mí por completo y esa expresión que no sé interpretar. Sin saber cómo reaccionar esbozo una sonrisa y, cuando quiero darme cuenta, un agudo ardor se me clava en la yema del dedo, haciéndome soltar el cuchillo y de paso un improperio.

– ¿Te has cortado? –pregunta rápidamente acercándose.

La sangre empieza a brotar enseguida y me llevo el dedo a la boca.

– Un poco.

– Ven, lávatelo –me dice indicándome con un gesto que la acompañe al baño.

Una vez allí lo lavo con agua y jabón mientras ella busca en el propio cuarto de baño una tirita. Sin embargo saca también betadine.

– No es necesario, es sólo un cortecillo –digo aún con la mano bajo el grifo.

– Dame el dedo –exige ella haciendo caso omiso de mi comentario.

Se lo ofrezco con cierto reparo y mientras está impregnando de betadine el algodón siento el impulso de retirarlo pero ella lo toma con seguridad. El tacto de sus manos me tranquiliza y cuando aplica el algodón sobre mi herida no puedo evitar evidenciar el dolor.

– No seas quejica –comenta, aunque le pone más cuidado.

Me quedo embelesada con su perfil mientras ella mantiene la vista fija en mi mano; la forma de su nariz, el relieve de sus labios, la curva de sus cejas que reflejan su concentración y, al mismo tiempo, la frente distendida.

Tomo conciencia de lo irónico de la situación.

– ¿En qué momento hemos intercambiado papeles? –pregunto sintiéndome ridícula por haberme cortado.

– En el momento en el que has decidido que era buena idea cortar una cebolla sin mirar la cebolla –contesta ella tranquilamente deshaciéndose del algodón y noto cómo la vergüenza asciende a mis mejillas–. A ver... –murmura colocando la tirita alrededor de mi dedo con una certeza impecable–. Pues ya está.

– Gracias.

– Venga, vamos a cenar.

Después de convencerla de que se siente mientras yo pongo la mesa y llevar a cabo una casi cómica escena en la que yo debo encontrar platos y cubiertos según sus indicaciones, finalmente ambas nos hallamos sentadas. Conversamos sobre música aprovechando que ésta recorre plácidamente cada rincón de la casa mientras cenamos y descubro que, como en todo lo demás, Lauren es una persona abierta a todo tipo de géneros. Sus amplísimos conocimientos acerca de todo me hacen sentir insegura a veces; me anonada que sepa tanto sobre casi cualquier cosa porque, si ya hay pocas posibilidades de que algo en mí le resulte interesante, mi escasa cultura me deja a un nivel por debajo del subsuelo. Al fin y al cabo, ella va a seguir sorprendiéndome siempre, pero yo no tengo siquiera la capacidad de impresionarla a ella.

De todas formas me basta con su compañía, así que disfruto de ella mientras comemos, y mientras recogemos, y disfruto de ella también cuando se deja llevar por la música al caminar y balancea las caderas casi sin darse cuenta, y cuando se le escapan frases de las canciones que van sonando, y cuando saca un par de cervezas y las tomamos a ratos charlando, a ratos en silencio, escuchando la música mientras nos miramos. Y cuando lo hago pienso en que no creo que haya una persona más feliz que yo en ese momento. Y cuando ella lo hace no tengo ni idea de lo que piensa, aunque puedo imaginarme que nada más allá de la propia música.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora