La primera vez que fui a un funeral

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―No, para nada. Ahora no nos preocupemos por mí y vamos a desayunar.

―Dices que vayamos a desayunar y tú no sabes ni hervir un huevo... ― Max frunció el ceño mientras me abrazaba ― Tendré que hacerlo todo yo...

―¿Estás enojado?, ¿quieres que lo intente yo? – le sonreí mientras volvía a recostarme y Max jugaba con una de mis plumas haciéndome cosquillas en el cuello.

―No quiero que quemes mi cocina ¿Quieres comer algo en especial? El menú A es tostadas con mantequilla y el menú B es tostadas con mantequilla, escoge.

―Creo que el menú que Max más le guste estará bien ― solté desconcentrado, sujetando su mano y entrelazando nuestros dedos haciendo que las mejillas de Max se tintaran de rosa.

―Tonto... ¿No te das cuenta de que los dos son lo mismo?

―Aaah... pero tú puedes escoger el que más te guste, aunque yo creo que el A, ya que la A está en tu nombre y tu nombre es el mejor de todos.

―Tonto... ― soltó riendo mientras se levantaba ruborizado y se ponía los pantalones de pijama.

Cuando terminamos de comer las deliciosas tostadas con mantequilla que Max había preparado, me quede observando atento como Max hacia su tarea, de vez en cuando sacaba su lengua o rascaba su mentón si no entendía algún problema. Me había dado cuenta de que Max cuando estaba muy concentrado solía aguantar la respiración por unos segundos y luego inspiraba muy fuerte. Podía observarlo todo el día sin cansarme, siempre podía descubrir algo nuevo en él.

A veces pensaba que me gustaría poder estar siempre de esta manera con Max, me gustaría poder ver como sigue cuando yo ya no esté, como envejece y como forma una familia. Me gustaría ser capaz de poder ver su sonrisa en el futuro, pero sabía que no podría hacerlo y por cómo avanzaban las cosas sabía también que todo terminaría mucho más rápido de lo que comenzó.

―Dicen que más tarde lloverá, por eso no me gusta la primavera, aparte de las alergias el clima se manda solo ― soltó Max mirando por la ventana como las nubes poco a poco comenzaban a teñir de gris el cielo ― Aunque no está mal que llueva, sólo que luego volverá a hacer calor...

―Siempre te gustó mucho la lluvia ― le regalé una sonrisa.

―Acosador...

Simplemente volví a sonreírle y acercándome con calma a Max me recosté sobre su regazo mientras éste seguía concentrado haciendo su tarea.

El día se pasó entre mimos y sonrisas, Max era muy tierno cuando se lo proponía y por momentos sentí que moriría de tanta ternura que sentía en mi corazón.

―¿No quieres quedarte hoy también? ― me miró a medida que sus mejillas comenzaban a teñirse poco a poco de rojo.

―Supongo que si... además lloverá y no tengo paraguas.

―Gracias...

―¿Por qué?

―No quería quedarme solo...

Las palabras de Max resonaron en mi mente por un par de segundos para luego dejar un dolor alojado en mi pecho, por alguna razón me sentí asustado ¿Qué pasaría cuando yo no estuviera?, ¿Max se quedaría solo?

La culpa y aquel extraño sentimiento que hacia doler mi pecho comenzaron a atacar, sentía que no podía respirar, ya no tenía ganas de sonreír. Cada vez que Max me abrazaba o besaba sentía un puñal perforar mi pecho, el dolor era tan desesperante que sólo quería llorar.

La lluvia comenzó a caer poco a poco y Max sólo observaba con la ventana abierta mientras escuchábamos juntos música y el aroma a humedad llenaba la habitación.

Cuando mis alas desaparezcanWhere stories live. Discover now