«O a Alex»

—¿Disfrutaste el fin de semana?—preguntó apenas me acerqué a mi puesto. Su tono de voz era amargo, con desdén. No cabe dudas que Shawn le contó que Alex pasó la noche en mi casa.

—Lo pasé de maravilla.—asentí sonriendo con altanería. Recorrí la vista por todo el salón. La profesora aún no había llegado y todos hablaban tranquilamente unos con otros, unos cuantos estaban retraídos en sus puestos mientras revisaban su télefono o sus cuadernos, pero no había rastro de Alex. Ethan se mordió el labio intentando contenerse y me miró con fijeza. Mi comentario le había enojado.

—Es bueno saberlo, por poco sentí lastima por ti.—sonrió de medio lado—no quería divertirme con Lydia mientras tú estabas aburrida en tu casa, me alegro que también te la hayas pasado de maravilla.

Mentiría si dijera que su comentario no me fastidió. Lo había hecho y mucho.

—Es bueno saber que mi copia barata logre hacerte sentir igual que yo.—gruñí, plantándome a centímetros de su rostro, sin importarme que los demás pudiesen verme.

—Yo podría decir lo mismo. —replicó con desprecio, pero sus ojos mostraban un sentimiento totalmente contrario. Un extraño desafío mezclado con deseo se encontraba en ellos.

Por un instante, todo el mundo se detuvo. Dejé de escuchar los cuchicheos y el estridente sonido de las voces alzándose unos sobre otros. Solo podía observar aquellos ojos cafés, los cuales a simple vista parecían comunes, nada especiales, pero en ellos se hallaba un profundo sentimiento. Mordió su mejilla interna mientras me engullía con la mirada. Su aliento se aceleró.

«Estás rodeada de lobos y tu eres la maldita carnada prohibida»

Me alejé de golpe, volviendo a la realidad.

Esto no podía seguir así.

—Tenemos que hablar.—hablé con firmeza pero mi cuerpo temblaba ante su cercanía. Debíamos terminar esto de una vez por todas.

—Tenemos que hablar.—afirmó él.

Mi cuerpo estaba al borde de los nervios en cuanto salimos del salón, sin importarnos nada ni nadie, simplemente la cernanía el uno del otro. Intentaba poner en orden el caos que se desataba en mi mente. Tenía que ponerle punto y final a esto. Sentía que estaba cruzando terreno peligroso. Su brazo rozó con el mío con toda la intención, poniéndome aún más nerviosa. Le observé enojada, pero siquiera volteó a mirarme.

«Dios mío, ¿qué es lo que realmente quiero hacer?»
De pronto Ethan me agarró del antebrazo, sobresaltándome, y me arrastró hacia un salón vacío.
—Esta vez no te atrevas a tocarme.—gruñí dando traspiés. Ethan me soltó y cerró la puerta con lentitud. Asintió despreocupado y le pasó el seguro.

Se apoyó en la puerta y me miró con fijeza.
Estaba a tres pasos de él.

Observé como metía sus manos dentro de sus bolsillos y me miraba espectante, estaba esperando que yo hablara primero. La tensión era casi latente, había una extraña conexión entre nuestros cuerpos, de algún modo se necesitaban. Mi corazón latía con fuerza en mis costillas mientras Ethan intentaba controlarse. Podía verlo en sus ojos, deseaba saltar sobre mi.

—¿Alex durmió cómodo en el suelo?—preguntó sin poder evitarlo, fingiendo desinterés,—pensé que era mal visto tener a un hombre en tu cuarto.

—¿Quién dijo que durmió en el suelo?—provoqué. «Callate, maldita sea, la conversación no debería ir por ahí» pero las palabras salieron antes de poder evitarlas.—Tener a un hombre tan malditamente ardiente como Alex durmiendo en otro lugar que no sea mi cama sería una lástima.

El Peligro de AmarnosWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu