Ambas nos quedamos en silencio, con la única excepción de su respiración irregular.

– ¿Quieres que me vaya? –le pregunto.

Como siento que la respuesta es sí, me preparo para levantarme, pero Lauren me mira a los ojos y algo en ellos me hace dudar. Su espalda adopta una postura más recta y la vista se le escapa a la puerta por una milésima de segundo. Sin saber interpretar su silencio, comienzo a incorporarme y veo contraerse cada uno de sus músculos.

– No.

Me detengo sorprendida para volver a mi posición lentamente.

– ¿No? –repito.

– Por favor –contesta rápidamente, y carraspea al darse cuenta del tono de súplica desesperada en su voz–. Siento si te lo ha parecido. Quédate un rato más.

Tampoco es que necesite pedírmelo dos veces. Asiento con la cabeza y guardo silencio porque no sé qué decir. Me da miedo meter la pata; la veo tan superior a mí, que incluso llorando me impone. Me siento más pequeña que cada una de sus lágrimas.

Lauren coge aire pero lo que iba a ser una respiración profunda se convierte en un suspiro. Echa la cabeza hacia atrás apoyándola en el sofá con la mirada perdida en algún rincón del salón.

– No sé qué hacer –dice casi en un susurro y me pregunto si habla para sí misma.

Como ha sido ella quien me ha pedido que me quede me siento un poco menos cohibida para preguntar.

– ¿Por qué no lo denuncias?

Sus ojos se posan sobre mí como si acabara de hacer la pregunta más irracional del mundo. Después cierra los ojos y niega con la cabeza.

– No puedo hacer eso.

– ¿Por qué no?

Ella lanza otro suspiro como respuesta y entierra los dedos en su pelo, pensativa. Al fin se decide a hablar.

– Está enfermo. Hace años que padece de enfermedad pulmonar obstructiva, pero es en los últimos meses cuando más ha empeorado –le tiembla la voz y comienzo a entender por dónde va–. No sé cómo de grave está, pero no tiene buen aspecto. Lo más probable es que se muera de eso, Camila. No sé si lo entiendes. He estado muchos años casada con él. Le he querido con toda mi alma. Por mucho que las cosas se hayan torcido de esta manera, no puedo olvidar lo que una vez fue. Sé que pensarás que estoy loca. Pero no puedo hacerle eso a un hombre enfermo al que quise durante tanto tiempo. Ya le he abandonado... –se le quiebra la voz y se seca los ojos con las manos.

No me ha gustado su última frase. El hecho de que considere que ha abandonado a su marido enfermo en lugar de que ha huido de su maltratador me chirría como una puerta mal cerrada. Ahora entiendo su sentimiento de culpa. La veo ahí sentada, casi sin poder aguantar su propio cuerpo, y me doy cuenta de que no puedo ni siquiera hacerme una idea de cómo se siente, de cómo ha venido sintiéndose hasta ahora, del peso que lleva a la espalda y los estragos que éste ha ido causando en su salud mental, del tiempo que ha pasado escuchándose a sí misma echarse las culpas de todo sin que nadie le dijera lo contrario.

– Lauren... –Asumiendo su posible reacción, tomo su muñeca con una mano y de un movimiento le subo con la otra la manga de la blusa dejando al descubierto algunos hematomas–. Que esté enfermo no justifica esto. Nada justifica esto. Sólo eres culpable de castigarte a ti misma como lo haces.

Al principio se muestra visiblemente incómoda y por un momento pienso que va a ser brusca conmigo, pero después se limita a mirarme con el ceño fruncido y los ojos inundados. Retiro las manos de su brazo y nos quedamos mirándonos un rato. Siento impotencia y eso me frustra. Me doy cuenta de que ha ido adoptando una postura cada vez más encogida en el sofá durante nuestra conversación, y en ese momento cierra los ojos y se lleva una mano a la cabeza.

– La luz me está mareando –consigue decir–. ¿Te importa que la apague un momento?

Niego con la cabeza y ella se incorpora.

– Aunque creo que el alcohol tiene más que ver –comento mientras se levanta.

– Es probable.

Llega hasta la lámpara dando tumbos y me sorprende que no se caiga por el camino. Todo queda sumido en la oscuridad con la única excepción de la tenue luz que entra a través de la persiana medio bajada que da a la calle. Mis pupilas no tardan mucho en acostumbrarse pero escucho algún que otro golpe hasta que Lauren llega al sofá y se deja caer en él descuidadamente. Noto que se sienta más cerca de mí de lo que estaba antes y apoya la cabeza en el respaldo. Deduzco que ha cerrado los ojos.

– No sé cómo puedes estar aquí aguantándome así –murmura acomodándose–. Soy una anfitriona horrible.

Percibo que su voz es más pesada y denota su cansancio, hasta que empieza a vocalizar cada vez menos.

– Tu madre debe de estar preocupada –suena adormilada y apenas acierto a entenderla–. Estarán esperándote...

No soy capaz de descifrar el resto de la frase porque se le traba la lengua y se convierte en un murmullo ininteligible, pero poco después siento su cabeza escurrirse inconscientemente por el sofá hasta quedar apoyada en mi hombro.

El arte en una mirada; CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora