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CHICO QUE AL PARECER YA NO LE VALE MIERDA HASTA SU PROPIA VIDA
Abrí los ojos y lo primero que vi fue blanco.
Mierda, estoy morido.
Pero después oí unos quejidos masculinos a mi lado. Entonces supe que seguía con vida.
Direcciono mis pupilas hacía en donde escuche los quejidos para encontrarme con el hombre más hermoso y maravilloso del universo: Ian.
— ¿Ian, qué...? — preguntó sonando cómo si estuviera cansado.
— ¡Alonso! ¡Estas bien! ¡Enfermera, ya se levantó!
— ¿Qué mierda?
— Te dispararon — recordé.
— ¿Qué haces aquí?
— Cuándo revisaban tu cartera, encontraron el papelito que te di con mi número — rio nervioso —. Y aquí estoy, cuidandote.
Esa última palabra fue suficiente para que sonriera y pusiera una mano sobre el hombro de Ian.
— Eres... Maravilloso — puse una mano en su mejilla y comencé a acariciarla.
Siento cómo si quisiera...
— ¿Qué?
Besarte.
— Ian, acércate.
Puse con delicadeza una mano en su nuca y con lentitud acercó su rostro al mío, hasta el punto en que ambos cerramos los ojos y nuestros dioxidos de carbono chocaban entre sí.
— ¿Por qué no le disparaste? — susurro.
Tenía los labios de Ian a ocho centímetros de los míos.
— Porque no quería dejarte sólo.
— Ya me habías dejado sólo.
Suspiré con pesadez y en ese momento llegó una enfermera, haciendo que nos separamos de inmediato.
La señora soló llegó a ver algo sobre mi suero y la aguja en mi brazo y después se fue cómo si nada.
Ian estaba llorando y eso me hizo sentir la peor persona del mundo.
