XII: Cimientos

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Con que en el lado oscuro ¿eh?...

Después de que mi cara estuviese curada, y el disco se terminará ya no había una razón para quedarme ahí, aunque si hubiese sido por mi persona me hubiera quedado todo el día allá escuchando música con Arabella mientras me atiborraba de galletas. La madre de Arabella se despidió de mi muy cariñosamente.

Tú te volviste a poner los zapatos sin las medias, te abotonaste otra vez la camisa y la volviste a meter en la falda, para acompañarme a la parada como siempre, hasta que nos despedimos con la manito cuando esta llegó. Tuve que enfrentarme a mi madre al llegar a casa, y estaba nerviosa por cualquier tipo de reclamo que pudiera hacerme.

Sorprendentemente no me encontré con lo esperado, solo me pregunto qué excusa di hacía mi rostro y respondí que dije que me había caído de unas escaleras, no se vio muy convencida, pero lo dejo pasar, y no hizo más comentarios al respecto.

Arabella consciente o inconscientemente creó para mi una nueva rutina, abriendo una puerta que yo siempre iba a querer a cruzar, y de vez en cuando, mientras bajábamos a la parada, nos deteníamos en el muro y abríamos el umbral, la ventaja de todo era la cercanía, no era como tal desviarse del camino ya que quedaba en el mismo camino.

Y así pase los días en tu casa, entre charlas existenciales y merienda, discos y cajas llenas de polvo, cada día era un nuevo descubrimiento, me dejabas deambular entre los pasillos llenos de retratos y macetas con distintas flores, tenían detrás de la casa un gran patio, extenso, que me llenaba de curiosidad, la casa se llenaba de nuestras risas ante juegos estúpidos, de mis comentarios ante cada disco que despertaba mi atención. "Arabella, mira, encontré algo genial" "¿Arabella qué prefieres? Led Zeppelin I o II?" "!Arabella, mira¡ ¡Es una opera¡".

A veces me dolía el corazón al ver cómo una casa ajena, con gente que no era mi familia, me parecía más acogedora que mi propio hogar.

La madre de Arabella no tenía problemas con mis constantes visitas, y de hecho me recibía con los brazos abiertos, me dejo apodarla Frau Paula, ya que no quería confusión entre Evas, todo lo que hiciera la buena señora parecía mágico, y se notaba perfectamente que era quien había moldeado a Arabella durante años, tenían una forma de moverse y expresarse muy parecida. No podía evitar clavar los ojos en ella cada vez que se nos acercaba con su aura maternal, era tan alta, de una figura tan fina, con extremidades largas, su hermoso pelo caía como cascada, a diferencia del pelo corto de Arabella cuyas putas se escurrían por su cuello, aquella misteriosa mujer también se decoraba con flores, pero a diferencia de las de su hija, que creían libres y sin restricción enredándose donde sea, las de ella se ajustaban como joyas, habiendo enredaderas recorriendo su cuello con florecitas pequeñas haciéndole de cuentas, flores que se escurrían por sus muñecas, era simplemente bello.

Y era aún mejor tener esa belleza tan cerca de mí, que me hablará tan cariñosamente, y que me dejará convivir con su hija.

Con amor y galletas los rapones de mi cara se fueron yendo, el moretón fue bajando, y con el regalo de una lima de metal entregada de las manos de la misma madre de todas las diosas, pude limar los trozos rotos y las astillas de mi cuerno, hasta dejar el corte plano, intentaba reírme en el espejo, pensar en lo genial que se veía tener una marca en la cara que en quién lo había ocasionado.

Aquella buena mujer me ayudó mucho en esos último mese donde Abril y sus días soleados volaban, y cada vez se acerba Mayo y sus lluvias tardías, cada vez que nos veía a mí a Arabella conversando de algo intenso nos aconsejaba a su parecer, por aquel momento no entendía lo que significaban esos consejos para ti, pero ayudaron mucho a darle orden a mis ideas junto a tu propia guía.

Relatos de un demonio sin nombreWhere stories live. Discover now