VII: E la lado oculto de las estanterias

14 1 0
                                    


El tiempo se fue volando como uno de mis mayores miedos, pero es que el estar contigo hacía que todo fuera tan suave, que mi aire siempre fuera dulce, los días ya no eran tan pesados si tenía algo en lo que me ocupaba, si me regalabas consejos y revelaciones cósmicas, entre risas, charlas, lluvias y música, las horas se convertían en minutos, los días se iban escurriendo por mis dedos, y así fuimos dejando los días de las frías lluvias que fueron apagando mi incendio devorador, calmaron a la bestia y la convirtieron en la linda llama acogedora, como una fogata que ardía con todo lo que le lanzabas.

Los días de vacaciones te alejaron de mis brazos, fue un gran choqué no tener tu risa todos los días, pase días muy tediosos mirando al techo, encerrada entre las 4 paredes de mi casa recordado tu palabras que se enterraban siempre en mi como una dura verdad, fue como si me quitaran la dosis de una pastilla antidepresiva a la cual empezaba a tomarle adicción, fue un mal necesario, porque tuve que agarrar lo que me habías enseñado e intentar ponerlo en práctica, intentar no estresarme de más, no mortificarme tanto ante los reclamos de mi madre, intentar desahogar todo, aunque fuera hablándole a Diego o reventar mi ira desgarrándome la voz con los rolas de Guns 'N' Roses cuando me encontraba sola.

No tenía ningún medio de contacto contigo, porque siempre fuiste muy retraída, porque aquel entonces no me revelabas nada, solo sabía lo de que compartías conmigo todos los días en el recinto seguro del colegio, mientras yo me iba abriendo desenvolviendo, parloteaba de más de todo y te mostraba mi casa con el apoyo de mi mamá, tú eras más tranquila, mi querida diosa se tomaba su tiempo, era más calmada y tímida en ese sentido, como la hermosa flor que era, se tomaba su tiempo su dedicación para ir abriendo sus pétalos, poco a poco, irlos retocando y pintarlos del color que querías, se iba decorando para al final abrirlos completos mostrar lo mejor de sí, era un procesos que tomaba tiempo, pero valía la pena observarlo, ver como sacaba cada pétalo, uno a uno, yo era la mayor espectadora, y con esto en mente, no quería obligarte a florecer, si yo te abría mi cabeza con naturalidad para que metieras tus manos y revolvieras entre los estantes de mis ideas, por eso mismo tenía que venir de tu por tu propia voluntad, si habías decidido por voluntad propia quedarte a mi lado, acompañarme a la parada y tomarme de la mano como una niña, si fue tu deseo cuidarme y ayudarme, también tenía que serlo mostrarme el lado oculto de tu vida, no tenía la intención de obligarte a nada, y esperaba pacientemente a que te sintieras lista, cuando tu quisieras hacerlo yo iba a soltar la pregunta, mientras tanto, intentaba morderme mi lengua siempre impertinente.

Aunque claro, eso no evitaba que surgiera la curiosidad en mí, y en los días de mi encierro de vacaciones, entre dibujos, libros y música, pensaba mucho en qué tipo de habiente habías crecido, de verdad despertaba una chispa de intriga en mí imaginarme qué clase de casa, o de padre, o de mujer u hombre se habían encargado de la crianza de un ser tan particular como lo era mi Arabella, especialmente en ese período de su vida, que de no ser por las situaciones económicas que estábamos pasando todos podrías creer perfectamente que se valía por sí misma con esa forma tan independiente de actuar y de expresarse.

Cuando las vacaciones que se habían escurrido por mis manos se acabaron y volvieron otra vez los tortuosos y atropellados días de clases, aquellas dudas aún giraban en mi cabeza al volverte a ver, aunque no le daba mucha importancia, ya que las primeras semanas me dedique a encaramarme a ti como una garrapata como había hecho el año pasado pegándome a Diego como si estuviéramos cubiertos de melaza para recuperar el tiempo que yo sentía perdido por la separación de salones de 2do año.

Así fuimos reforzando nuestros cimientos, y sin darnos cuenta ya nos habíamos compenetrado perfectamente, ya era obvio para todos que éramos amigas, y normalmente en los recreos en los nos podías ver sentadas en el mismo banquito. Como ya eras algo importante de mí día a día fui soltando la lengua que ante tenía atada, reventé, porque como el niño interior que tengo reviento todo lo que me gusta, y al igual como le comentaba a todos mi gusto por la psicodelia ahora tenía la impetuosa necesidad de expresar de alguna forma lo maravillosa que era mi diosa coronada, sí, una corona con joyas de flores.

Relatos de un demonio sin nombreWhere stories live. Discover now