28.- Francis tiene que actuar

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Y si todo estaba bien con Lissaendra, si incluso habían superado ese pequeño incidente de celos provocado por Carine, si se llevaban de maravilla y a él le gustaba, ¿por qué igual sentía que eso no estaba bien? Si estaban prometidos, si la Diosa bendecía su unión, ¿por qué no podía quererla? Si Lissaendra era la mujer correcta para él, ¿por qué no podía resignarse? ¿Por qué no podía sacar a Linet de su mente? ¿Por qué a pesar de estar embelesado con Lissaendra, era a Linet a quien imaginaba a su lado siempre? Era un insensato, y estaba siendo ridículo. Eric tenía razón, no era posible que en tan poco tiempo se haya enamorado de Linet. Tenía que sacársela de la cabeza.

Francis estaba muy pensativo esa mañana mientras caminaba hacia el despacho privado de su madre. La reina lo había mandado a llamar, y él no tenía idea de qué quería hablar su madre. Quizá algo del matrimonio, era lo más probable. El príncipe pensaba que quizá dejarían la boda para el final de las celebraciones por el aniversario de creación de Theodoria, justo después de la fiesta de la creación. Así tendrían tiempo de organizar una boda digna del heredero del reino, o al menos eso había escuchado decir a su padre. Debería sentirse entusiasmado por eso, y no lo conseguía.

No lo hicieron esperar mucho, en silencio le abrieron la puerta, y cuando se dio cuenta estaban solos. No había ni una sola doncella alrededor, hasta los guardias se habían alejado. La reina no era de las que se quedaban solas, siempre tenía personas tras ella. Doncellas, damas de compañía, guardias que la seguían por orden del rey. Eso sin mencionar los siervos que la rondaban, siempre alertas ante cualquier pedido de la reina. No iban a hablar de la boda, eso era un tema que podía conversarse delante de cualquiera. Francis supo que se venía algo serio. No recordaba cuándo fue la última vez que estuvo en verdad a solas con su madre.

—Relájate, hijo —le habló ella con suavidad—. Y toma asiento.

—¿No deberías sentarte tú también, madre? —ella negó con la cabeza. No diría que se veía inquieta, pero tampoco parecía la de siempre. Ese semblante serio era raro en ella.

—Toma asiento —repitió la reina Mirella—. Lo vas a necesitar.

—Bien...—murmuró él. Eso ya no le gustaba nada. Apartó despacio la silla que estaba frente al escritorio y se sentó sin protestar—. ¿Sucede algo, madre?

—Suceden muchas cosas, y no sé bien por dónde empezar.— La reina avanzó hasta llegar a su escritorio. Cogió entonces un pergamino que le mostró apenas unos segundos. No pudo leer nada, pero sí reconoció el sello de este. Era el de la familia real de Aucari. Los Car'adan, los que se autodenominaban hijos de la luz—. Esta mañana hemos recibido esta curiosa correspondencia redactada por los consejeros reales de Aucari. Nos exigen explicaciones.

—¿Sobre qué, madre? —preguntó confundido. ¿Qué podría querer el rey de Aucari con ellos? Se suponía que estaban en buenos términos con ese gobierno—. ¿Por qué tendría el rey que exigir explicaciones? ¿Por qué Aucari tendría que exigirle algo a Theodoria? No están en condiciones.

—No lo están, o no deberían —respondió Mirella con serenidad—. Pero ellos quieren saber por qué de este palacio se emitió una solicitud especial para el templo de la Diosa del Mar. Quieren saber por qué pedimos la libertad de una presa política peligrosa para su reino.

—¡¿Qué?!— No pudo evitar la exclamación. Si hasta se puso se pie de pronto, no podía creer lo que acababa de escuchar, pero su madre fue muy clara. Eso no podía ser, ella no...Ella... Ella siempre le ocultó algo. Él lo supo, siempre lo sospechó. Se lo dijo. Ella no pertenecía a ese lugar, ella no era una sacerdotisa por vocación como las demás. Lo sabía en ese momento y ni siquiera se atrevía a decir nada más. No quería creerlo.

Maldita sirenaWhere stories live. Discover now