Capítulo 26. Solo pertenezco a este club

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¡Por favor ayúdenme, es una emergencia, perdí a Diego! escribo en el grupo de watsapp sin saber más que hacer, mientras grito y lloro.

Como verán, el club ha ido mutando de una manera brutal. Ha pasado de tonto experimento púber a pizarra de búsquedas existenciales. En realidad, es la fiel representación de nuestras dramáticas transformaciones durante el viaje.

Vuelvo a marcar el número de Diego una y otra vez, pero me da apagado. Me dirijo casi sin aire al hostel que estaba previsto en la hoja de viaje. Las palpitaciones se escuchan como si en los oídos se alojara mi corazón, el volumen que tienen es totalitario, ha copado todo mi cuerpo.

Llego finalmente a la entrada del pequeño hotel ubicado en el centro de Amsterdam. Su fachada es modesta. Está en un edificio con arquitectura típicamente holandesa. Voy directo hacia la mesa de entradas y pregunto al joven conserje si un tal Diego de Lucca se ha registrado. Me confirma que se ha hospedado; siento alivio y tiemblo de miedo a la vez. Hoy todo me anticipa el peor trhiller y no quiero descubrir pistas, solo necesito verlo bien, encontrarlo y que la película comience de nuevo redefiniendo su género como si fuera así de fácil, como si nada de esto hubiera ocurrido.

Salgo disparada a la habitación y entro con una fuerza policíaca esperando encontrarlo, pero allí no hay nada, ni siquiera su bolso, aunque su olor está aquí, una brisa silvestre recorre la habitación. Siento unas nauseas enormes, no las puedo contener, la saliva me inunda la boca y los labios, no llego al baño y un vómito desmesurado emerge como un volcán desde mi interior. Me siento terriblemente descompuesta, pero a pesar de todo intento limpiar el desasre. Cada segundo que pasa la ansiedad va colmando de a pedacitos todo mi cuerpo, un terror intenta desembarcar en mí pero resisto.

Desciendo rápidamente sin certezas de cómo o donde buscar a Diego y en el Lobby me topo con ellos. Las caras de Luciana y Eneas también experimentaron una transformación a la par de nuestro club. Ya no lucen como la pareja dorada que alguna vez bromeó en nuestro departamento con un viaje alocado, parecen una dupla funeraria.

Luciana sin maquillaje, lleva un jean ancho y una camiseta holgada. Eneas todavía con rastros de golpes en el rostro, tiene una ceja hinchada y el labio partido, parece un boxeador noqueado.

Ambos me miran como si fueran sobrevivientes de una catástrofe, en sus pupilas nadan un mar de historias tétricas.

Es irónico, estoy pidiendo ayuda a dos personas que, dadas las circunstancias, deberían ser las últimas a las que tendría que acudir. Pero solo los tengo a ellos, solo pertenezco a este club.

—Estoy desesperada, perdí a Diego... y realmente ví muy pero muy mal.

Los ojos de Luciana emiten una chispa de preocupación contenida. Eneas no me mira.

—Estoy segura de que tomó algo que le hizo muy mal. No es el Diego que yo conozco, está completamente desquiciado.

Los ojos de Eneas se despegan del piso y me enfocan. Dentro de su propia oscuridad, una luz de alerta se enciende.

—No lo vimos nosotros desde que llegamos.

Luciana conserva rastros de culpa en el rostro.

—Solo sé que estuvo en el bar al que íbamos a ir aquí en el barrio rojo —exclamo casi sin aire —. Temo que cometa una locura en ese estado ¡no sé qué hacer!

Mi voz se quiebra al final y rompo en llanto. Pero un calor me recubre, es Eneas abrazándome.

—No te preocupes, lo vamos a encontrar. —Su voz suena paternal.

—Por favor —suplico, tragando sal apoyada en su pecho.

—Vamos hacia el bar de nuevo, tal vez haya vuelto allí...—propone Luciana.

Realmente no sé qué es lo mejor, pero caminamos en esa dirección, mientras sigo marcando su número y nadie contesta.

Luciana y Eneas se ven distantes entre sí, como si ya no estuvieran juntos, no hablan entre ellos. Parecen dos personas tan distintas a las que llegaron a Europa hace más de quince días atrás.

Cuanto sucedió en tan poco tiempo.

Eneas está silencioso, lúgubre, un aura de dramatismo inusual en él parecen moldear en él otro rostro, ajado y dolido. La pelea con Diego debe haber removido más cosas de las que imagino entre ellos. ¿Qué se habrán dicho? pienso mientras vuelvo recordar el estado en el que lo vi a Diego.

Suena mi celular y tiemblo nuevamente, vuelvo a sentirme nauseabunda. El número es desconocido. Atiendo, mientras cierro los ojos como si un meteoro fuera a caer sobre nosotros.

—¿Azul Miller? —pregunta en inglés una voz del otro lado.

—Sí —afirmo desorientada mientras Luciana y Eneas me hacen gestos.

—Encontramos el celular de Diego De Lucca dentro de un bolso con ropa flotando en el canal Singel. También su pasaporte y documentos, creímos importante contactarla...

—¿Qué? ¡Por favor, díganme dónde están!

—En el puente Blauwbrug, la esperamos aquí si quiere.

Ambos me miran expectantes. Me cuesta hablar a esta altura, mis neuronas están flaqueando por los nervios.

—Me acaban de decir que encontraron flotando en un canal todas las pertenencias de Diego.

Las caras de ambos quedan manchadas de una sombra muy oscura, a pesar de que intentan alentarme.

—Bien, tenemos un dato, vamos ya mismo. —Eneas toma la posta. Luciana intenta decir algo y se larga a llorar. Su llanto me lleva a marcar desesperada el número de la policía local. No sé porque lo hago pero mis vaticinios juegan a la peor película de terror en mi mente. Me atiende una mujer e intento explicarle lo que está sucediendo para que lleguen allí con nosotros, quiero hacer lo imposible para evitar lo inevitable.

En muy pocos minutos llegamos a la dirección indicada. Allí encontramos a una pareja de ingleses esperándonos.

—Gracias por llamarme.

—De nada, sentimos que podíamos evitar algo.

—¿Vieron a alguien cerca del bolso?

—Nadie.

Mis manos imploran, comienzo a desesperarme por los hechos que se van precipitando. Mi desconsuelo es indescriptible, siento una impotencia enorme.

Llega la policía y desesperada acudo a ellos mientras les relato llorando la historia sucedida. Me hacen completar unos formularios para la intervención de la embajada y la radicación de la denuncia como persona desaparecida.

—Por favor, necesito encontrarlo.

—Quédese tranquila, vamos a rastrillar primero este canal.

Nuestros rostros quedan paralizados, congelados por la posibilidad que toma cuerpo con la frase de la policía. Nos hace pensar en que el final más escalofriante, ese que jamás pudimos imaginar cuando este club se creó puede estar cerca nuestro.

El clubOù les histoires vivent. Découvrez maintenant