Capítulo 9. Paris in love

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Diego me mira expectante tras la pregunta que acaba de lanzar como una bomba de hidrógeno, en el medio del aeropuerto, ¿a punto de salir al viaje más alocado y lisérgico de nuestras vidas?

—Azul, podríamos intentar a la vuelta, ¿no?

Observa entusiasmado un pequeño crío que va desde la cafetería hasta el asiento de sus padres en una rutina frenética que evoca un deja vú infantil. De repente, siento ganas de gritar advirtiendo a la gente, que como autómatas se mueven de un hangar a otro, que ¡este lugar está a punto de desaparecer y que es hora de que hagan lo que siempre quisieron hacer!

Sonrío como una luna muda, mientras intento manotear dentro de mi bolso un objeto fóbico. Es una pregunta que todavía no me atrevo a desmenuzar. Solo tanteo papeles, como si estuviera jugando a un sorteo con millones de participantes, y me topo con un labial, lapiceras, mi billetera, los anteojos de sol, un espejito con glitter... ¿una muñequita de las chicas superpoderosas? —Bueno, tal vez me pueda ayudar en algo—. Y la libreta, aquella que solo yo puedo leer en circunstancias terapéuticas, porque contiene "la lista cuco"; aunque está claro que no posee ni una pizca de la respuesta a ésta pregunta.

Me llevó casi un mes entero pulirla. Creo que el hecho de ser "escritora" y a la vez, portadora de una imaginación exhuberante han contribuido mucho a engrosar los renglones paupérrimos con los que empecé.

Sigo con la mano ciega intentando buscar la respuesta, mientras hago una broma tonta sobre el niño endemoniado que corre a nuestro alrededor. Diego ríe a carcajadas y la libreta cae al piso, deslizándose como un tejo por la lustrosa loza del aeropuerto.

Intento como un oso hormiguero alcanzarla con la trompa pegada al suelo y me topo con los enormes zapatos de Eneas. Desde esta perspectiva, logro ver la base de mi libreta como si estuviera sostenida por las manos de San Pedro y una sensación de pánico me invade. No llego al cielo para alcanzarla.

—¿Esto es tuyo? —. La voz de Eneas suena con cierto dejo inquisidor, a pesar de su sonrisita ganadora.

—¡Sí! —grito pegando un salto para arrebatársela de las manos.

Me sorprendo de lo rápido que llegué a las puertas del paraíso. Empiezo a ver lucecitas de colores, aunque no creo que me haya ganado un lugar todavía, estoy segura que me bajó la presión.

—Bueno... parece que hay cosas muy importantes ahí.

Una mueca que emula una sonrisa lateral, escapa de mi alborotado rostro. Compruebo que el desodorante me acaba de abandonar desvergonzadamente.

—Sí claro, no te olvides que soy escritora, la libreta es como mi otro yo...todo lo que se me ocurre lo anoto ahí...

—¡Ah, qué peligro!

Achino los ojos y arrugo la nariz intentando una cara simpática.

Luciana y Diego se ponen a conversar, tras formarse la cola para hacer el check-in y abordar el avión con destino a París.

Con la libreta bien sujeta entre ambas manos como si fuera una caja fuerte me teletransporto hacia el baño en orden de equilibrar mi cuerpo y mis ideas.

Siento un gran alivio al encontrarlo vacío y me apoyo sobre el lavabo, delimitando mi sector de tareas. Abro la portada de mi libreta, y allí está: la lista cuco.

Debo confesar que, a pesar del mal momento de recién, nada hubiera sucedido si Eneas o quien fuera, hubiera leído la Lista. No soy ninguna improvisada, además de ser cultora de los cifrados. La camuflé en borrador de nota para mi revista, con un toque humorístico, por si esto llegara a suceder.

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