Capítulo 20. Absurdamente contradictoria

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Mis ojos pesan como arena ¿Se puede seguir llorando dormida? Una rendija de luz cubre la habitación de contrastes, sigo desnuda frente a él.

Eneas está sentado con una libreta y un lápiz junto a la ventana.

—No te muevas, voy a perder la belleza de tu sueño —ordena con voz dulce pero concentrada.

Cierto, pasamos la noche juntos, pero por alguna razón íntima a mis propias contradicciones no me siento igual que ayer. Como si un sueño me hubiera devuelto todo lo que perdí. Mi mente rebasa de interrogantes, los sentimientos suben y bajan; la culpa de fondo dirige la orquesta emocional.

—Y Luciana, ¿qué le dijiste? ¿cómo justificas que estas acá? —Levanto una ceja.

—¡Epa!... demasiadas preguntas señorita Miller, esto no es una conferencia de prensa —sonríe, sigue dibujando pacíficamente.

Pongo cara de fastidio, me froto los ojos.

—Nada, puedo hacer lo que quiera, no tengo que dar explicaciones. —El tono es despreocupado; su altanería está en niveles inauditos hoy.

Mi veta feminista hace que tome partido por ella, a pesar de la ironía de la situación y de que las circunstancias parezcan contradictorias a simple vista.

—¿Y ella también puede o podría?

—Sí...—dice pensativo, mientras coloca el lápiz sobre su viril barbilla—, pero no creo que quiera...

Su soberbia hoy es insoportable.

Aunque sé que el tema me va a tocar a mí directamente intento acorralarlo con el asunto de la amistad.

—¿Y Diego? es tu amigo...—me cuesta sostener este argumento sin colorearme.

—Ejem —simula que tose burlándose—, esa es una pregunta que tenés que contestar vos primero.

—Pero ustedes son amigos, ¿no te genera culpa? —vuelvo a insistir.

Voy camino a perder esta partida, lo sé. Me mira con una sonrisa pícara.

—Bueno, hablando de caradurez. —Hace una pausa, para mostrarme el dibujo en el que estoy desnuda. —Vuelvo a repetir, está en lo que decidas vos Azul. Con Luciana no tengo ningún problema, es claro que no necesito ocultarlo —exclama cómplice y continúa—. En tu caso, si lo contás o no, es decisión tuya, no se qué tipo de relación tienen ustedes....

¡Por supuesto que la relación de ellos es diametralmente distinta a la nuestra! Por empezar, nos une un vínculo entre iguales. La de ellos, es como la relación de un Dios(temerario) con un humano, la disparidad de poder es enorme entre ambos.

—A ver ¿y qué harías si Diego se enterara, pero no estuviera de acuerdo con esta situación...?

—Bueno, es verdad, eso sería un poco más complicado ¡Por eso lo dejo en tus manos! —Me guiña un ojo.

¡Lo mataría! El temple triunfal es inversamente proporcional a mi sensación de guerra perdida. Me pregunto dónde quedó el Eneas sensible que creí ver en algún momento.

—Bien, aquí termina todo para mí entonces....

—Ni vos te lo crees Azul —dice socarronamente. Deja el cuaderno sobre la base de la ventana y se acerca  a la cama.

Me cubro completamente con las sábanas, como si con ello pudiera repelerlo. Una sonrisa piadosa aparece en su rostro. Salto de la cama enfundada con la tela blanca, él me sigue con el mismo ímpetu.

—Vos no vas a ningún lado. —Me desafía entre dientes tomándome los glúteos. Acerca sus labios provocadores a unos centímetros de los míos.

Un leve cosquilleo doblega mi voluntad como un junco e impide que corra hasta el baño.

—Por supuesto que sí, Eneas, esto se terminó acá mismo. —Chillo. Intento mantener un tono depurado, pero  ¡No me puedo mover!

La sabana desaparece de un tirón. Estoy nuevamented desnuda ante él. Sus dedos se deslizan en una cosquilla desde mi ombligo hasta llegar al pubis. Siento flaquear otra vez.

—Lo ves, ¿tengo razón o no? —Levanta la mandíbula de manera heroica.

Odio reconocerlo, pero su poder en mí en este momento es más fuerte que mis propios mecanismos de control.

—Mnno. —Miento. Contengo el aire con dificultad, quedo inmovilizada, mientras mueve sus dedos magistralmente en mi punto de quiebre. Lucho por resistir, pero no puedo...

—¿Ah, sí? No lo parece —afirma retirando de mis piernas su dedo húmedo para llevárselo a la boca y empujarme con su otra mano hacia la cama. Caigo boca arriba como una muñeca sin peso. Sus boxers blancos traslucen un relieve superlativo que escapa del elástico.

—Bien, entonces te propongo un simple desafío.

Se abalanza sobre mí y me lleva las manos detrás de la cabeza aprisionándolas. Me siento cautiva de su firmeza bajo vientre, la cara me arde por completo, el deseo es más fuerte. Otra vez el corazón desbocado anunciando una tentadora e insoportable espera.

—Si realmente no lo querés  —arenga grosero tomando su miembro para apoyarlo fuerte sobre mi vientre—, simplemente tenés que decirme que no.

Galopo humedecida, ardo otra vez, llena de rabia y lujuria. Quiero negarme, salir volando como una mariposa  y dejar atrás todo esto, pero no puedo, no tengo fuerzas, ni alas. La culpa, el amor y mi feminismo, las banderas que levanté hace algunos segundos con vehemencia, aquellas que ahora deberían ser los motivos para decir simplemente NO, se desvanecen ante mis bajos instintos para darle absurdamente el paso a un guerrero griego que es exactamente lo opuesto a todo aquello.

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