Capítulo 23. Inevitablemente cierto

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"Quiero dormir un rato, un rato, un minuto, un siglo; pero que todos sepan que no he muerto; que hay un establo de oro en mis labios; que soy el pequeño amigo del viento Oeste; que soy la sombra inmensa de mis lágrimas."

Los renglones de un sombrío García Lorca se repiten una y otra vez como un disco rayado en mi biblioteca mental para representar mi presente.

Viajo sola en el tren con destino a Ámsterdam y diversas imágenes rurales se intercalan con los recuerdos en un gran un Puzzle a punto de ensamblarse por completo.

Las lágrimas secas se sienten tirantes en mi piel, como si miles de hilos debajo de ella me tensaran rostro. El sonido rítmico de las vías marca el compás de decenas de pedacitos de mí que vuelven a colocarse como mosaicos en un inmenso mural de un pasado reciente. 

Empiezo a entenderlo todo.

No es solo el dolor de una perdida tan grande como la de una vida creciendo dentro del propio seno la que va abriendo camino punzante entre los surcos de mi corazón, es el sufrimiento por la inevitabilidad de una sentencia, la sensación de la imposibilidad, la experiencia de la prohibición más absurda de la naturaleza.

No había ya ninguna posibilidad de que seamos padres. Así de literalmente, brutal, cruel y cierto. Nos lo había comunicado el médico, explicando las razones científicas y biológicas con precisión.

Trombofilia se llamaba nuestro verdugo.

Ahora comienzo a entender el porqué de mi aparente reticencia infantil a evitar el tema de la maternidad. Es como si mi psiquis hubiera delineado un personaje pueril, una versión aniñada de mi identidad previa al suceso. Un mecanismo de defensa para sobrevivir al dolor.

Mi mente me evitó un duelo, pero era obvio que en algún momento debía precipitarse, no había ya más lugar para esconderlo.

Y ahora, el presente como una piedra maldita y caliente entre mis manos. ¿Quién soy? ¿Qué es lo que quiero? ¿hacia dónde voy? Menudas preguntas juegan al peor paparazzi en mi interior.

La nota que escribí, que fue tapa de revista, es de alguna manera la expresión de ese yo, concluyo al repasar mis mentadas frases acerca del amor en tiempos de millenials y centenials.

Mientras las piezas vuelven a ubicarse en una nueva imagen escondida dentro de este intrincado rompecabezas, siento la urgencia de escribirla nuevamente. Siento que hay algo muy importante que debo dejar allí.

Tomo el celular y observo la cantidad de mensajes acopiados de Martín y otros tantos del chat del club, también de Nina y de Luciana...

Empiezo por donde menos duele.

Martín: Este material es alucinante nena, aplausos. Lo estamos editando para sacar una nota nueva con eso. ¡Por favor,  necesito señales de vida de la estrella de la revista!

Lo sabía, claro que sí, como ya sé que es lo que hace mover la rueda. Aplausos de parte de Martín, en otro momento los hubiera disfrutado. Hoy son solo una vía para algo que me excede y puja por salir, por redimirse. El perfecto airbag para el volantazo que voy a dar.

Si hay algo que se puede afirmar justamente es que va a haber sorpresa, pienso mientras empiezo a escribir el título de la nueva nota.

Ahora sí, voy al chat de Nina y leo: Diego me llamó.

¿Vos también sabías? le pregunto. Claro, siempre lo supe, me responde.

Diego, el perfecto cómplice de la memoria silenciosa sobreviviente de una tragedia. Me siguió como un ángel, a pesar de su propio dolor y de mi locura, intentando protegerme.

Vuelvo a llorar otra vez inundando de tristeza la cafetería del tren. Y ahora quiero solamente escribir la verdad en un mensaje a Diego y tipeo: Recordé nuestro dolor....

Rápidamente, voy hacia el chat del club, sin saber lo que allí me espera. Bebo un sorbo largo del café que tengo frente a mí solitario, aunque mi único compañero ahora.

Millenials Club

Diego: Te estoy buscando Hijo de puta, te voy a encontrar

Diego ha salido del grupo

Mi corazón da un vuelco. ¡Dios mío! ¿Qué está pasando? Mis palabras antes de salir corriendo del bar en Berlín resuenan en mi mente.

Voy con el dedo tambaleante y el corazón en mis yemas hacia el último mensaje que me queda: el de Luciana.

Luciana: Azul, decime por favor qué está pasando

No entiendo nada

Diego acaba de moler a trompadas a Eneas...

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