Capítulo 15. Solos

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Nota de la autora: ¡Lo que todos esperan llegó!


Me calcé la mochila y salí a caminar sola por la ciudad. Estoy ovulando y meditabunda. ¿Que tendrá que ver una cosa con la otra? se preguntaran. En mi caso bastante. Es la pregunta que todavía no me atrevo abordar. Me aterroriza, pero ahí está, hace un tiempo escrita en letras pastel junto al dibujo de una cigüeña en nuestro pizarrón de pareja.

En la habitación quedó Diego, todavía en el baño, enroscado por alguna situación, que no logro descifrar ahora. Eneas y Luciana se alojan en otro hotel. Mejor, porque después de aquella noche en París, los cuatro sentimos que debíamos respirar un poco de aire. Solo nos encontramos a comer un par de veces en algunos bares de la zona cercana del hostel y coincidimos en recorridos pautados. Íbamos demasiado rápido hacia un lugar que desconocíamos, sin reflexionar.

Y ahora, simplemente camino por el casco antiguo de Praga, con la única consigna de liberar mi mente de ideas tóxicas.

Praga es un lugar con más de diez siglos de historia, mis ojos la recorren intensamente, sin lugar para nada más facilitándome la tarea autoimpuesta. Es una ciudad que conjuga de manera única los estilos romanos y góticos en sus casas, palacios, iglesias y monasterios. Disfruto la soledad de escabullirme por sus calles estrechas, torres medievales y cúpulas de iglesias barrocas para llenarme de historia y vidas pasadas.

Me topo con la Plaza del Ayuntamiento o Plaza de la Ciudad Vieja (Staromestske Namesti). Para muchos, la plaza más bella de Europa y debo reconocer que es verdad. En una esquina está la torre del Reloj Astronómico, cuyo carillón de apóstoles autómatas se pone en marcha con las horas. Ya es momento de que suceda y toda la gente se agolpó para ver el espectáculo. Me sumo a ellos como polvo.

En la muchedumbre heterogénea de turistas que confluyen de todas partes y colores del mundo, llama mi atención la espalda de un muchacho que, como yo, lleva una libreta y dibuja sin parar.

Está sentado frente a la torre.

De lejos parece ser un chico corpulento, tiene el cabello castaño y lleva puesta una camisa leñadora. Se lo nota concentrado observando la postal. Mi curiosidad artística me lleva a acercarme como viento silencioso sin notar que además es algo familiar lo que me atrae a él. El dibujo que tiene en sus manos es una réplica casi fotográfica de la torre que tiene enfrente.

Tiene un don, pienso, mientras vuelvo a mirar la hora en ese eclipsante cronómetro medieval y nuevamente me enfoco en el acelerado ritmo de su enorme mano al dibujar.

Esas manos las conozco.

—¡Azul! que sorpresa —exclama Eneas, dándose vuelta, como si supiera que yo estaba detrás.

También estoy asombrada de encontrarlo, pero más todavía, por mi propio despiste. Aunque voy a dar todo de mí por superarlo.

—Salí a caminar un rato sola y me topé con este espectáculo y con el tuyo...—señalo su dibujo con gesto de asombro.

—Ah, sí, más o menos desde los tres años que me encanta dibujar.

Guarda el dibujo, como si se avergonzara compartir esto conmigo.

¿Vergüenza en Eneas? No me lo creo.

—Esto es genial, ahí está lo tuyo —aliento.

Se ríe, como si lo estuviera cargando.

—En serio lo digo, ¿nunca nadie te señaló que tenés un don para el dibujo?

—No, al contrario, mi padre lo desalentó siempre, pero yo seguí dibujando igual...

El clubWhere stories live. Discover now