Capítulo 16: Buenas noticias.

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Tony Montana caló profundamente de su cigarrillo mientras pensaba en la fuerza más poderosa del universo. Y no. No era el amor. Pensaba en dinero, ese que compraba mentes, doblegaba conciencias y era capaz de sacar a flote lo peor de las personas. Y por eso el dinero se había convertido en su mejor amigo. El único capaz de hacer posible lo inverosímil… Sino que se lo preguntaran a él. Estaba sentado en Wilmor’s un famoso y elegante café en Nueva Orleans. Tal como lo haría una persona normal, disfrutando de una cálida tarde de verano y no como lo que era: un criminal buscado por el FBI.

Casi podía reír. ¿Cuerpo de inteligencia? ¡Todos eran unos imbéciles a gran escala!  Si quisiese podía acabar con la vida de los dos idiotas que creían le causaban problemas. Que lo acechaban. Que estaban por atraparlo. No eran nada.

―¿Desea algo más, señor? ―la pequeña mesera que llevaba rato observándolo interrumpió sus cavilaciones. Tony le regalo una sonrisa, esa que sabía funcionaba con todas las mujeres.

―¿Qué tienes para ofrecerme, preciosa?

Observo con placer el rubor que había causado en la chica. No pasaría de los veintitrés años, su cabello castaño estaba recogido con una elaborada trenza y caía en una cascada sobre su hombro derecho. Era perfecta. Lucía dulce e inocente. Y por experiencia sabía que esas mujeres eran las más apasionas y ansiosas por probar lo desconocido. Y lo desconocido no siempre terminaba bien.  ―Eh… Tenemos tarta limón. ¿Le apetece?

La chica detallaba cada rasgo del hombre frente a ella. Era lo que comúnmente llamaría; un perfecto y delicioso diez.  Y es que además de atractivo, el hombre estaba forrado en dinero. Su ropa de diseñador, su costoso perfume y ese reloj que seguro valía lo mismo que su apartamento lo exponía a gritos. Pensó que hiperventilaría cuando el diez pasó a once al ver los marcados hoyuelos en las mejillas de su cliente, ahora estaba sonriéndole. Una sonrisa destinada a seducir y que cumplía su objetivo célebremente.

―Bien… Adriana Bobadilla ―leyó Tony en la pulcra camisa de la chica― Hermoso nombre... Digamos que nunca me ha ido lo convencional. A veces para lograr grandes cosas hay que atreverse, arriesgarse a probar lo inusual, ¿no lo crees?

Adriana sonrió, absolutamente atontada ante Tony.

―Sí, supongo que tiene razón…  Aquí está el menú ―la chica se aclaro la garganta y le tendió una pequeña cartilla, haciendo que sus manos tuvieran un leve, premeditado y electrizante roce― Si algo le gusta… hágamelo saber.

Tony absorbió con placer el coqueteo de la chica. Su aspecto frágil estaba embelesándolo. Haciéndole una invitación que él nunca podría rechazar.

 ―De hecho sí me gusta algo… ―fingió hojear un poco el menú―. ¿A qué hora sales?

De nuevo Tony sello el trato sacando a relucir sus hoyuelos. Por algo se había ganado su apodo “cara de niño”, apelativo que no le agradaba. Más de uno estaba varios metros bajo tierra por llamarlo de ese modo.

En treinta minutos saldría del lugar con su próxima víctima. La chica había cedido muy fácilmente. Dejándose llevar por su aspecto. Las mujeres solían tildar de superficiales a los hombres y ellas tenían la batuta en ese sentido. Pero él no se quejaba, de ese modo le gustaba hacer las cosas. Seduciendo a su presa en primer lugar, atrayéndola, haciendo que anhelasen entregarse a él… luego vendría lo divertido.

Realizó varias llamadas. Ordenando algunas cosas, cerciorándose de otras. Era un hombre ocupado. Manejar un imperio como el que poseía no era cosa fácil. La última llamada antes de partir de Wilmor´s iba dirigida a su más reciente adquisición, su nuevo títere, un agente del FBI.

―¿Alguna novedad? ―preguntó secamente cuando fue atendido.

Una voz gruesa al otro lado de la línea le respondió con rapidez. ―No realmente, jefe. Buenas noticias; no tienen idea de su ubicación, tampoco han hecho más capturas y hasta donde sé Ian no ha soltado prenda alguna. Abre la boca solo para amenazar a Jane sobre todo lo que le harás.

Mi Chica RudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora