Capítulo 14: Problemas en el paraíso.

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Punto de vista de Julian.

Una llamada de seis minutos fue suficiente para conocer todo sobre mi nueva -por obligación- compañera de trabajo. Janine Stevens. Agente especial del FBI.  Veinticinco años. Soltera. Sexualidad dudosa. Amante de los deportes, la cerveza alemana y las pizzas. Al parecer inteligente… por algo había llegado al puesto que poseía. Me tocaba admitir eso. Se adjudicaba varios reconocimientos por capturas a grandes narcotraficantes, resolución de casos de tráfico humano, y también había trabajado como infiltrada exitosamente. Sí. Buen currículo para su edad.

Lo curioso era que más que respetada era temida por sus compañeros, por su temperamento de mierda. Y he aquí la prueba. Mi cabeza iba inexorablemente de derecha a izquierda en reprobación a su comportamiento. Ni el informe, ni mi contacto de esta agencia me lo habían dicho, pero ahora mismo me resultaba inmadura.

Mis negaciones parecían no importarle, mientras caminaba con su típico andar petulante.

―¿Sucede algo con tu cuello? ―indaga situándose a centímetros de distancia.

Ignore su sarcasmo. No le seguiría el juego.

―Llegas tarde ―arrojo secamente. La mujer me tenía cabreado. Recordaba haberle dicho que la necesitaba aquí temprano. Reiteradas veces. Detestaba la impuntualidad. Para mi mala suerte no podía despedirla. Teníamos rangos similares.

―Supéralo. Tuve una mala noche.

Y así sin más… me dio la espada y se dirigió a su oficina. O debería decir «nuestra oficina». Podía reír de lo absurdo que me resultaba eso. El hombre que acababa de recibir ese potente cabezazo se levantaba del suelo, vociferando maldiciones y  rechazando la ayuda de otro compañero. Un cuchicheo para el que no tenía tiempo se empezó a formar. La seguí.

―¿Qué cojones fue eso, Stevens? ―gruñí apenas entre a la oficina.

Jane, con total desinterés dio media vuelta para mirarme.―Mala noche. Ya te dije.

Y por eso no me gustaba trabajar con mujeres. De hecho, tenía varias razones; eran temperamentales, bipolares,  un día todo tenía el color rosa-pastel-cursi más dulce del mundo y al siguiente “color hormiga” se quedaba corto. Ah y cómo no… se escudaban con estar “hormonales”. Como si cualquier acción pudiese ser justificaba en determinados días al mes. ¡Podían cometer un crimen y escudarse con el jodido ciclo menstrual!  No me extrañaría ver a una mujer en pleno tribunal diciendo “Lo mate, pero… estaba en mis días”.

A pesar de todo, eso no era lo más inquietante, podía con su contradictorio humor, con su capacidad de cometer asesinato en primer grado a causa de las hormonas, con lo que me costaba lidiar era con su… como llamarlo… sexualidad. Quieren algo y lo consiguen. Y es que dos veces me había tocado trabajar con mujeres, en mis comienzos, y las dos me dieron razones suficientes para meterlas en mi cama. Ellas lo pedían, lo insinuaban. Y eso hice. Grave error. Aunque lo disfrutaron, tanto o más que yo, aprendí una lección aplicable para el resto de mi vida y carrera: donde se jode no se trabaja y donde se trabaja no se jode. ¿No comes donde cagas cierto? No follas donde trabajas. No terminara bien.

Para mi suerte cada vez había menos mujeres en el campo. Y con Jane me sentía relativamente cómodo. Además de su incierta sexualidad, era recatada. No provocativa. Vestía de forma profesional, nada exuberante. Pero sobre todo parecía no tener interés en mí, un alivio, el único detalle es que yo estaba consciente de lo que había debajo de su ropa.

―¡Me importa una mierda si tuviste mala noche! ―protesto molesto― No me interesa si tu gatito murió, o si tu novio te dejo. ¡Trabajo es trabajo! ¡Pensé que lo entendías!

Mi Chica RudaWhere stories live. Discover now