Capitulo 41: El informante.

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PDV ZARA

Al principio no podía entender el afán de Julián por enseñarme defensa personal.

Sí, yo estaba consciente de los peligros y de lo malvada que podían ser las personas, no vivía en Narnia —aunque nunca entendí esa comparación, con todo eso de los bombardeos y la bruja blanca no era precisamente un mundo ideal—, ya sabía que no vivía en un mundo de fantasía.

Pero quizás como la mayoría, no imagine que cosas tan terribles pudiesen pasarles a mis seres queridos o a mí, después de todo, el circulo que me rodeaba consistía en personas normales, con trabajos normales y riesgos mínimos. El único agente del FBI que conocía era a Julián y por eso nunca pensé que era una necesidad saber pelear ni mucho menos disparar. 

Julián era exigente, algo que siendo honesta me gustaba de su carácter. Es decir, no me molestaba tener su compañía y básicamente por eso me esforzaba e intentaba controlar mis desmayos y ganas de vomitar para llevarle el ritmo cuando salíamos a correr. Al principio me costó. Cuando se me empezaba a facilitar él era más riguroso y sin darme cuenta teníamos una rutina que me encantaba.

Me sentía poderosa cuando finalmente pude llevarle el ritmo, y para que mentir, nada como verlo sudado, acelerado y listo para una ducha. Julián me había cautivado desde el día uno y no pretendía olvidarlo teniéndolo tan cerca cada día. Todo lo contrario. Cada vez se metía un poco mas bajo mi piel. 

Realmente quería dar ese paso. Hacíamos buena pareja, los niños nos amaban y teníamos una dinámica genial. Y si Julián tenía miedo por todo lo que había sufrido yo estaba igual. Me habían roto el corazón. A diferencia suya, el "amor de mi vida" no murió. Solo me jodió de la peor manera posible. Con Julián considere darme una oportunidad. Era el mejor hombre que conocía.

Julián amaba los deportes y le encantaban las artes marciales que yo ni sabía existían, subimos de nivel y me entrenó, un par de meses después, con los que resultaron mis favoritos —el Jiu Jitsu y el Krav Maga— estaba lista para patear traseros y luxar articulaciones. Lo que resultaba complicado de manejar para mí era el armamento. Nunca había sido una persona violenta y una cosa era defender e imposibilitar a un atacante, otra muy distinta causar una herida mortal o asesinar.

Nos fuimos un fin de semana alejados de la ciudad mientras mi madre cuidaba a los gemelos. Cuando Julián saco una maleta con una reserva de armas de varios tamaños —desde revolver hasta ametralladora— no supe que decir. Podía entender su paranoia después de su perdida, pero estaba exagerando. Aun así, no dije nada.

—¿Qué estas dispuesta a hacer para proteger a quienes amas? —solo eso me pregunto.

No esperó a que dijese que todo.

—Eso imagine —respondió por mí, sabiendo mi respuesta— Ahora ven aquí. Necesito que te concentres.

Una vez al mes tratábamos de practicar. Julián era un buen maestro y no tarde demasiado en aprender todo lo que él quería. Entonces llego la navidad y me regalo una Glock 17 en noche buena. Recámara bloqueada. Retroceso corto. Cargador de 17 cartuchos y una velocidad de fuego alta.

Aunque no era precisamente el más romántico, ame su mortal detalle.

Me lo obsequio a solas luego de que los niños se durmieran y cuando le di las gracias junto con un abrazo, me separé solo lo suficiente para verlo a la cara. Detallé cada parte de su masculino rostro y cuando acercó sus labios a los míos y se detuvo en el último instante con nuestras respiraciones ligeramente unidas, creí que esperaba que yo diera ese pequeño movimiento que fusionara nuestros labios.

Solo nos habíamos besado una vez, justo en la noche del accidente de Gabriel y Chloe. Ahora estábamos realmente unidos y todo era diferente. Julián no era un libro abierto y me había tocado aprender a leer entre líneas para irlo conociendo. Todavía no superaba lo de Rachel, era consciente de ello, pero quizás ya podía considerar darnos una pequeña oportunidad. Ir pasito a pasito.

Mi Chica RudaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora